Los datos lo confirman. Según la herramienta Gijón Data Lab -que hace un seguimiento continuo de la ocupación y gasto turístico en la ciudad- este año está siendo mejor que al anterior. Ojo, y eso que 2022 fue récord. Entre los motivos, podríamos apuntar básicamente dos. Primero, que las subvenciones al transporte público hacen casi gratis viajar para ciertos colectivos y segundo, muchos huyen de la parrilla ibérica. Esto es, el llamado turista climático que busca temperaturas soportables. En cualquier caso, tenemos que replantearnos cosas en nuestro Gijón del alma. Es decir, cómo compatibilizar esa ingente cantidad de visitantes con la convivencia diaria. O sea, que nuestra ciudad no se vuelva un lugar hostil para quienes vivimos aquí. Al menos, durante los meses de verano porque luego, ya saben, la cosa mengua mucho. El tema tiene tela y se están produciendo paradojas. Resulta que ahora a la industria le ponemos todo tipo de reticencias, mientras que el turismo tiene manga ancha. La etiqueta de «sostenible» no parece aplicarse por igual. La industria contamina solo con nombrarla y el turismo masificado, pregunto, ¿acaso no? De hecho, hacemos cuanto haga falta para que esa cifra siga en aumento hasta el infinito. Incrementamos el número de días de fiesta (Semana Grande más grande), las reformas de las calles se hacen para que las terrazas de la hostelería tengan garantizado su sitio (no tanto el peatón) y el número de pisos turísticos no para de crecer (van 6.000 para desgracia de quienes tienen en el edificio su residencia habitual). ¡Cuidado! No vayamos a cometer los mismos errores que en otros lugares. Me refiero básicamente al sur de la península con un turismo intensivo que cambió geografías y modos de vida. Tenemos, pues, el reto por delante de no morir de éxito. De que nuestro modelo sea cómodo para visitantes y residentes. Créanme, no es nada fácil.
@balbuenajm