Es lógico que una vez caído el Plan de Movilidad sus medidas lo hagan también. Esto es, esa serie de engendros que tuvimos la legislatura pasada. Entre otros, el famoso «cascayu» (vía judicial), los corredores de las calles Ruíz Gómez y Caridad (absurdos) o las restricciones de aparcamiento para los vehículos sin etiqueta verde (con el fin último de acabar impidiendo su circulación). Pues bien, ahora le toca el turno a los ciclocarriles. Engendro, digo, que sorprendió cuando en 2020 empezamos a ver las principales arterias de nuestra ciudad pintarrajeadas. De un día para otro, recuerden, aparecieron unas rayas que pretendían introducir a calzador entre el tráfico rodado a las bicicletas. Ojo, en vías de alta capacidad como Pablo Iglesias, Manuel Llaneza o avenida de la Costa que utilizamos para cruzar de forma transversal. Resultado: muy pocos usaban ese pintarrajeo para tal fin. Entre otras cosas, porque resulta peligroso tanto para los ciclistas como para los conductores. La experiencia, en realidad, se resumió en lo siguiente. Solo unos valientes se adentraban entre el tráfico sobre dos ruedas, mientas que los de cuatro no hacían mucho caso a las restricciones. Incluidos los propios vehículos públicos, como más de una vez pude observar. En definitiva, desastroso. Sin embargo, como el objetivo era expulsar al coche, todo valía. Incluso cuadrar el círculo. La actual concejalía de Movilidad apuesta por los carriles bici segregados. O sea, que cada uno circule con su separación. Lógico, puesto que es lo que debe ser. En la oposición hablan, por ejemplo, de una política «contra el futuro» de Gijón. No sé, poca memoria tienen algunos, puesto que esa movilidad ideológica metida a calzador, insisto, acabó llevándolos a donde están ahora. Ya me entienden… En resumen, hubiese sido imperdonable que el nuevo equipo de gobierno, siguiese en la misma línea que los anteriores. A la postre, expulsando a patadas a una forma de movilidad. ¿Futuro? El mañana es hoy.
@balbuenajm