Decía Borges que los peronistas en sí no son buenos ni malos, sino, simplemente, incorregibles. El anuncio de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, tras un retrato de Evita, ha tenido precisamente eso: lo más radical del peronismo. Ahora, ya no se trata de piqueteros que asaltan supermercados bajo la simpatía del poder, sino que lo hace directamente el propio estado vía proyecto de ley. A mí no me resultan especialmente afectuosas las multinacionales. Ni tampoco tengo especial fervor porque se trate de una empresa española. Sin embargo, considero una auténtica canallada lo que le han hecho a Repsol. Es más, en 1999 compró Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) cuando nadie -en un país acosado por el «corralito»- quería invertir en ella. Una vez  saneada y, sobre todo, vistos los inmensos yacimientos descubiertos en la zona de Vaca Muerta, le pegan la patada de forma miserable. Sin duda, todo un atentado al libre mercado y la radicación de empresas foráneas. En el fondo, lo que subyace es un nacionalismo rampante que lleva directamente a la autarquía económica. La obsesión gubernamental por la divisa hace, incluso, que se restrinja la importación de medicamentos y productos de primera necesidad. Argentina quiere equilibrar su balanza comercial a base de exportar y no comprar nada fuera del país. O sea, el autoabastecimiento como forma de vida. Una táctica, en definitiva, del siglo XX cuando estamos en plana era de la globalización.

Ahora, la empresa española tiene que pasar una travesía del desierto muy amarga. YPF representaba una cantidad importante en su cuenta de resultados . El Gobierno argentino se acoge a  que pagará en función a una tasación, pero, claro, mucho nos tememos que su valor será a la baja. Es más, resulta bastante probable que ni siquiera tenga la liquidez suficiente.  En cualquier caso, la empresa se hundió en las bolsas intencionales y, lógicamente, acusará fuertemente el golpe recibido.