Seguramente, usted en su día a día utiliza de forma habitual el sector privado. Es decir, es quién le proporciona el café por la mañana, un almuerzo o la cena. Ya sea al comprar la comida en cualquier supermercado o cuando se la sirven en un restaurante. Seguramente, digo, la inmensa mayoría de servicios que necesita se los proporciona el conjunto de empresas o autónomos que lo forman. En Asturias, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), está formado por unas 347.700 personas. Esto es, la gran mayoría de los asturianos/as trabaja en él. Por contra, el sector público está constituido por 61.365 empleados, contando todas las administraciones. A la postre, estatal, autonómica y local. Es más, si los funcionarios viviesen todos juntos, serían el cuarto concejo en población de nuestro paraíso natural. Acercándose, dicho sea de paso, al tercero que es Avilés. Pues bien, mientras al sector que más riqueza crea se le considera un peligro, lo público aquí goza de un estatus inmejorable. Casi divino en comparación con el satán privado.
Sí, porque a lo privado en Asturias se le pone en solfa de manera constante y en cualquier rama de actividad. Incluso cuando se trata de un proyecto para la implantación de una universidad o un hospital, como acabamos de ver recientemente en Gijón, parece que molesta y rompe una especie de monopolio. En concreto, de la sanidad o educación, por ejemplo. La mentalidad asturiana arraigada -firmemente anclada en el siglo pasado- considera que lo malo viene de las empresas. O sea, se las asocia con especulación, abusos a sus trabajadores y clientes, malas prácticas, etcétera. En cambio, cuando es algo creado desde una administración cualquiera es como si el cielo se hiciese terrenal. No hay ningún motivo de crítica, sino más bien lo contrario. Tal es así que este discurso del buenismo público acaba impregnándolo todo. Incluso a considerar a esos miles de trabajadores que a diario contribuyen a mejorar nuestra vida como de segunda, en comparación con la poderosa función pública. De hecho, cuando se convoca algún tipo de oposición son multitud los aspirantes a cualquier plaza, mientras que la queja mayoritaria en las empresas es la falta de personal. En nuestro paraíso natural, repito, lo privado parece que huele a azufre y lo público a incienso.