Para cuadrar las cuentas, el gobierno del Principado, ha decidido subir impuestos. Lo hace aumentando el tipo del IRPF para rentas superiores a 70.000 euros, por medio del Impuesto de Patrimonio; y con una nueva subida en el precio de la gasolina. Medidas, claro está, nada agradables y que tratan de evitar una cosa: que se toque Sanidad, Educación y Servicios Sociales. Bien, si trasladamos esto a una empresa privada sería más o menos lo siguiente. Como estamos en crisis porque no vendemos, en vez de mirar las partidas de gasto para tratar de reducirlas, voy a aumentar el precio de mis productos. Resultado: venderé menos. Dicho de otra manera: hay bastante margen para rebajar gastos antes que subir impuestos. Algo, por cierto, que ya ha experimentado Rajoy viendo lo que ha sucedido en esta campaña de la renta: Hacienda ha devuelto más dinero que nunca. Lógicamente, cuando una economía está en recesión, subir los tributos, agrava más el desplome. Porque el problema no es que tengamos que pagar más, sino que hay muchos -5 millones en España, 100.000 de ellos asturianos- que no cotizan. Pedir a los que todavía tienen un empleo que contribuyan gravándolos aún más, es sencillamente exprimirlos como un limón.
Además, hay que tener en cuenta una cosa: nos aprietan las clavijas por todos lados. Es decir, la subida de la gasolina asturiana vendrá acompañada por el incremento del IVA. A eso hay que sumar lo de la luz, gas y los distintos servicios municipales (agua, basura, etcétera). Los ayuntamientos, al no recaudar desde el boom inmobiliario, han tenido la subida del IBI que implantó el Gobierno central; así como la revisión de los valores catastrales. En definitiva, el empobrecimiento generalizado es cada vez mayor. La falta de renta líquida en los bolsillos hace que el consumo se hunda hasta límites insospechados. Somos un país endeudado hasta las cejas –tanto de forma pública como privada- y de algún lado hay que sacarlo.