Tal y como actuó ayer Mariano Rajoy parecía un tecnócrata. Vamos, que lo cambian por Mario Monti cuando sustituyó a Berlusconi y no notamos la diferencia. El discurso fue tan cruel que era como si hablase un médico para tratar de salvar la vida del paciente. «Mire», diría el doctor, «tenemos que cortarle un pie, una mano y parte de sus dedos. O eso, o se va a la tumba». Así de claro. Aquí hemos pasado del optimismo antropológico de Zapatero, a las pinturas negras de Rajoy. Porque, sinceramente, sus frases fueron terribles. «Necesitamos que nos presten dinero hasta para pagar las prestaciones por desempleo, los sueldos de los funcionarios, la sanidad y educación», o «Debemos en conjunto el 165% del PIB, sobre unos 900.000 millones de euros», o «Yo soy el primero que está haciendo lo que no le gusta. Dije que bajaría los impuestos y los estoy subiendo». Como ven, lo mismo que hizo Grecia o Portugal cuando fueron rescatadas. Medidas contundentes, drásticas y de efecto inmediato. Algo, sin duda, que desconcierta al ciudadano que en apenas una semana ve como les suben los servicios (luz, gas, etcétera), más el IVA y encima, en el caso de los funcionarios, le quitan una paga extra. Desde luego, hay que ver las cosas muy mal para tomar decisiones de este calado. Tanto como el capitán del barco que se hunde y manda a los pasajeros subir al bote salvavidas. Si ahora no tomamos conciencia de que somos un país intervenido, esto es, rescatado por su crisis financiera, no sé cuándo lo vamos a tomar. Ya nadie podrá decir que la situación no es tan mala: ayer, el presidente del Gobierno, dibujó un panorama desolador.
Y es que el problema, ya no son las subidas de impuestos en sí, sino que se han producido en un periodo de tiempo muy corto. En apenas dos años (2010-2012) hemos visto subir el IRPF en siete puntos, el IVA en cinco y todos los impuestos especiales (tabaco, alcohol e hidrocarburos) continuamente. Esto, claro está, en un contexto donde los ingresos por salario han sido menores y, a veces, ni siquiera eso (5 millones de parados). El resultado, como es lógico, no puede ser más que el empobrecimiento colectivo, el tirar de los ahorros para ir sobreviviendo. Y pese a que se suban los impuestos , al final, la recaudación, siempre suele ser menor. La gente consume menos, las empresas se hunden y la economía no crece. Es un círculo vicioso que se ha repetido una y otra vez. ¿Bastarán los 65.000 millones de euros de recortes para salir adelante? Lo dudo, la recaudación con los nuevos tipos –como ha sucedido con la famosa amnistía fiscal- acabará sin cumplir lo esperado.