La Bioeconomía surgió en los años sesenta como reacción a los problemas ambientales que comenzaban a vislumbrarse, situando al crecimiento económico en el centro del problema del desarrollo, por su papel como desencadenante de conflictos políticos asociados a la lucha por recursos limitados.
Antes y después de la Bioeconomía, M. King Hubbert y Kenneth Boulding desarrollaron sus tesis sobre el pico del petróleo y el paso de la economía cowboy a la economía astronauta. El mensaje de ambos era la necesidad de revisar la lógica del crecimiento hasta convertir a la economía mundial en un metabolismo autorregulado. El momento del cénit de los combustibles fósiles es motivo de debate y las investigaciones apuntan a que ya ha ocurrido o está a punto de hacerlo. No importa la fecha. Lo que sí parece evidente es que el agotamiento del petróleo en sociedades que dependen en gran parte de su consumo provocará un cambio de paradigma económico, aunque poco se habla de un posible cambio de paradigma social asociado a las tesis del decrecimiento, una transformación que bien podría anteceder a la económica.
El colectivo freegan se inscribe dentro de los movimientos que realizan una crítica social rebelándose contra la especulación alimentaria y el despilfarro en tiempos de crisis. Y es que según se cita en una reciente resolución del Parlamento Europeo, cada año se pierden en nuestro continente a través de la cadena alimentaria hasta el 50% de los alimentos sanos y comestibles. 89 millones de toneladas, mientras 79 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza en nuestro continente y otros 925 millones más corren riesgo de desnutrición en el mundo. En el lenguaje de la tecnocracia que nos invade este desastre se denomina externalidad negativa.
Los defensores del decrecimiento hablan de la falacia que supone identificar crecimiento del PIB y calidad de vida y proponen ralentizar la economía, reducir el consumo y fomentar las redes interpersonales. Es lo que hicieron hace unos meses, en la ciudad griega de Volos, donde una iniciativa popular introdujo una moneda alternativa, el TEM. Sus impulsores pretenden hacer frente a la profunda crisis financiera que afecta a Grecia y que amenaza con expulsarles del Euro. El sistema se basa en algo tan antiguo como el trueque, o lo que ellos han dado en denominar el intercambio de la desesperación por la esperanza.
En nuestro país han surgido movimientos que promueven la redistribución y el canje a través de mercadillos de segunda mano y aumenta el número de portales de trueque online. Por no hablar de iniciativas más radicales, quizás extravagantes, como la que propone el Banco de ahorro de trabajo a futuro, un banco virtual que capta desocupación para transformarla en intercambios mediante el depósito de horas de trabajo que se tasan para depositarse después en una libreta de ahorro, también virtual.
Para Rob Hopkins, líder de un decrecentista transition movement en Totnes (Inglaterra), el intercambio, los grupos y los vínculos interpersonales pueden acabar con las dolorosas externalidades negativas: “el decrecimiento no es un objetivo sino una consecuencia inevitable”.