Se puede ver en youtube un vídeo reciente en el que una empresa de comida rápida justifica por qué las hamburguesas que se degustan en sus locales y las que aparecen en sus anuncios son (al menos) estéticamente tan diferentes. Vaya por delante que poco tengo que objetar al maquillaje publicitario o al tratamiento digital, si no engaña. A fin de cuentas todos tratamos a diario de vender mejor nuestro producto o a nosotros mismos.
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Para George Ritzer los restaurantes de comida rápida representan un paradigma contemporáneo de la racionalidad formal, la McDonalización de la sociedad. Puedes comer una hamburguesa en cualquier lugar del planeta y conocer de antemano su tamaño, cantidad de ingredientes e incluso el precio del menú. Nada es imposible. Y hay más ejemplos de esta racionalidad, especialmente en el mundo de la moda y el ocio. El grado de homogeneidad cultural es tal, que si situáramos a una persona dormida en la principal calle comercial de cualquier ciudad del mundo, al despertar tendría dificultades para reconocer no solo la ciudad sino el país o incluso el continente en el que se encuentra.
Los pantalones que te compras en Madrid, Pekín o Ammán también cumplen con las cuatro leyes de la McDonalización: eficiencia, previsibilidad, acento en la cantidad y control mediante lo que se ha dado en denominar, con un gran eufemismo, la sustitución de la tecnología humana por la no humana. Poco que objetar también a las tres primeras dimensiones, pero la cuarta oculta algunas verdades incómodas, que no pueden ser borradas aunque se trate de pasarlas por el photoshop social.
Los trabajadores de la industria del fast food también viven su existencia profesional de manera acelerada, soportando grandes presiones para mantener altos ritmos de trabajo a cambio de salarios exiguos y horas extras que no cobran. Por eso la rotación laboral es alta y difícil la organización sindical en empresas que, además, tratan de dificultarla. Se habla abiertamente en sus informes de “estrategias para la dominación mundial” lo que significa mayor uniformidad y menos posibilidades de elegir, por el efecto arrastre que tiene sobre sus competidoras, a pesar de la existencia de algún ranking de popularidad/impopularidad de las cadenas de comida rápida
Otro buen ejemplo de la racionalidad formal es la industria textil, gran negocio de multinacionales en la era de la globalización, con sus maquilas en países del hemisferio sur, donde deslocalizan toda o la mayor parte de su producción. Ni que decir tiene, que no importan las consecuencias, solo hazlo.
Las grandes multinacionales, transformadas en imagen de marca, grandes campañas publicitarias y distribuidoras de productos manufacturados, hace tiempo que no producen, solo venden al tiempo que destruyen miles de puestos de trabajo en países industrializados, para subcontratar en países donde las leyes laborales y medioambientales no existen o son fácilmente sorteables. Ya dicen, como Bukowski, que nos mantengamos alerta, aunque, ironías del destino, dirijan su mensaje a los indignados.