Ha comenzado la Liga de fútbol española y lo ha hecho con los habituales problemas que la rodean en los últimos tiempos: desencuentros entre los operadores por los derechos de televisión, horarios intempestivos, o el injusto/justo canon que las emisoras de radio deben pagar para poder transmitir a través de las ondas sus carruseles dominicales, por otra parte cada vez más descafeinados debido a la dispersión horaria. Pero como novedad, este año nos hemos encontrado con un invitado inesperado, un conflicto político-sentimental en uno de los clubes que no suele acaparar las portadas de los grandes diarios, el Athletic Club de Bilbao.
El protagonismo inopinado es para un equipo que tras rozar la gloria deportiva al final de la pasada campaña soñaba con algo grande en esta, gracias a un equipo joven y aparentemente competitivo. Ahora, sin embargo, parece dispuesto a vivir un annus horribilis, pues al conflicto institucional surgido tras el enfrentamiento presidente-entrenador (dicen que no se hablan) se ha sumado en los últimos días la amenaza de fuga de dos de sus futbolistas más destacados. La salida de los mejores jugadores es habitual en la mayoría de los equipos pero resulta un hecho casi insólito en el club vasco que alardea de no ser un equipo vendedor, obligado, eso sí, por su peculiar, casi única, política de cantera, en un deporte cada vez más mercantilizado.
Que los dos futbolistas que buscan aires nuevos sean los más laureados (y únicos) en los últimos tiempos, ha sembrado el desconcierto entre la afición bilbaína e incendiado al sector más radical de la misma, sobre todo en el caso de Fernando Llorente, el blanco principal de críticas y ofensas. Porque los más extremistas de la habitualmente correcta afición rojiblanca, distinguen entre los dos casos. Llorente es un riojano de Rincón de Soto nacido en Pamplona y criado en Lezama, que juega en el Athletic desde los once años y por eso se le toleran peor sus devaneos con otros clubes y su pereza a la hora de renovar con su club de siempre. Por eso y por mostrarse excesivamente efusivo en las celebraciones con la selección española le han sentenciado deportivamente. Y puede que le empujaran definitivamente a abandonar el bocho con la sonora pitada que recibió en el partido ante el Slaven croata y los insultos irreproducibles de los últimos días, en los que le deseaban, esta vez sí, la muerte física.
El caso de Javi Martínez, el otro protagonista, es bien distinto, a decir de los sectarios, aunque en esencia es lo mismo. En este caso el jugador no ha pedido que le traspasen pero hay un club, el Bayern germano, dispuesto a pagar la cláusula de rescisión para que se una a sus colores. Al jugador, solo le reprochan que no haya ofrecido gran resistencia a marcharse, quizás porque son conscientes de que llegó a Lezama de la misma manera, cuando el Athletic pagó una abultada cláusula por el todavía imberbe jugador a su club de origen, Osasuna. Javi Martínez tampoco se escondió en las celebraciones postmundial y posteurocopa de “la roja”, pero su origen navarro le confiere en el imaginario colectivo de los intolerantes una mayor dignidad que a su compañero ahora caído en desgracia. Es posible que por solo eso, se haya visto redimido de sufrir el escarnio de ser tachado de español, pues su apellido denota también claramente un origen allende el País Vasco.
Y es que los que más se jactaban de la homogeneidad étnica del Athletic, bien por origen, bien por formación, acaban de descubrir entre sus ídolos a un infiltrado español, Llorente, y eso, a decir de los fanáticos, le imposibilita para la causa rojiblanca, aunque solo cuando su salida parece próxima. Decía Georg Simmel en su obra Sociología que determinados grupos se encargan de que existan algunos enemigos para lograr la unidad de sus miembros, su auténtico interés vital. Por eso los mismos que le aplaudían efusivamente hace apenas tres meses, le zahieren ahora sin compasión, víctimas de una amnesia autoimpuesta que les impide relacionar los recientes éxitos del club con los esfuerzos del nueve. De Rey León a bastardo sin solución de continuidad.
Ni Javi ni Llorente son mercenarios como les gritan esos que se llaman aficionados. O lo son tanto como cualquier otro profesional del fútbol o de fuera de él que quiere mejorar, buscar nuevas metas. Aspiran a ganar títulos o a jugar la Liga de Campeones, el cenit futbolístico, y creen haber tocado techo con el Athletic y en la liga española, que cada vez es más cosa de dos. Además tienen cerca el ejemplo de Julen Guerrero, la última perla de Lezama que prefirió continuar en Bilbao renunciando a ofertas mejores y acabó sin títulos, condenado al ostracismo y sin el reconocimiento profesional que merecía.
En cualquier caso, el nacionalismo excluyente que practican algunos no va a impedir que el Athletic siga teniendo seguidores por toda España. Sin ir más lejos, yo mismo seguiré admirando a este club, por los valores únicos que atesora, entre otros ese empeño en intentar competir con jugadores de la casa en una época tan mala para la lírica. Y también a la inmensa mayoría de su afición, cuyo señorío esta fuera de toda duda. Aunque ya va siendo hora de que simpatizantes y directivos señalen a aquellos que acuden a San Mamés con intenciones distintas a las de apoyar a su equipo del alma y disfrutar de un espectáculo deportivo. Otros ya lo han hecho y no les ha ido mal. En sus estadios se respira mejor el aroma del fútbol.