Esta semana nos ha sobresaltado un hecho de esos que solemos ver con cierta distancia, en la sección de sucesos de los informativos o en las páginas de los periódicos más sensacionalistas. Pero en esta ocasión, no ha acontecido lejos, en países como Estados Unidos, donde, desgraciadamente, están más acostumbrados a este tipo de noticias. Me refiero, sí, al descubrimiento del plan de un joven para volar el campus de Palma, un suceso que, al margen de las circunstancias personales del chico implicado, bien podría estar relacionado con las nuevas formas de relacionarnos en el mundo desarrollado.
En el bus, en el tren, en el metro, en las salas de embarque de los aeropuertos, en el hall de cualquier hotel del mundo, cada día contemplamos la misma escena. Personas ensimismadas con sus artilugios electrónicos, “trasteando” con el Ipad, enviando whatsapp’s, o simplemente aislados del mundo por sus auriculares de reproducción de música. Por cierto, éstos, cada vez más grandes, quizás adaptados al tamaño de retraimiento que se busca. Yo mismo, sin ir más lejos, me sorprendo viendo como cada vez es mayor el tiempo que paso sentado frente al portátil, una vez terminadas las ocupaciones laborales.
Es el peaje de los nuevos tiempos. Las nuevas tecnologías han aportado muchas cosas a nuestras vidas, casi todas buenas, pero somos cada vez más dependientes de ellas. Dominan nuestro tiempo y nos imponen no pocas servidumbres. Hoy se mira raro a alguien con el que no puedes comunicarte por whatsaap, al que no puedes escribir en su muro de Facebook, o si no recita sus actividades diarias en 140 caracteres. Y no digamos ya si no dispone de teléfono móvil. Directamente un bicho raro. Ah, el móvil, la herramienta de liberación que nos vendieron las compañías telefónicas y con la que ahora estamos permanentemente localizados, aunque no tengamos la más mínima intención de que nuestro interlocutor lo sepa: ¿dónde estás?, es la primera pregunta de toda conversación que se precie; te he llamado ¡tres veces! y/o te he dejado seis mensajes y no me has contestado. Antes valía con decir que no estabas en casa, aunque fuera mentira. Y después quedabas y te tomabas un café, así de sencillo.
Pero si hay un grupo especialmente vulnerable, a este nuevo mundo de aislamiento, es el de las nuevas generaciones, los que nacieron ya con cualquier artefacto electrónico entre las manos. Nativos digitales, los llaman quienes intentan vendérselos, en un afán de distinguirles, para bien, de los migrantes digitales, los que a regañadientes hemos tenido que hacer el vertiginoso tránsito de lo analógico a lo digital. O frikis, si su obsesión y dependencia les ha llevado a traspasar hasta los límites que marca la nueva sociedad tecnológica y han decidido abandonar cualquier atisbo de vida social para recluirse en su habitación. En Japón los llaman hikikomori (recluirse uno mismo), y en aquel país habitar en este grupo significa tener una enfermedad social. No es una fobia ni una patología mental, según los expertos, sino un progresivo ensimismamiento que conduce a los jóvenes a encerrarse en sus habitaciones durante días, meses o incluso años. Y los que son capaces de salir de ellas, solo realizan actividades en solitario.
El fenómeno no es nuevo, pues ya habían sido detectados casos en los años setenta, pero ahora el aumento de los casos es exponencial en el país nipón, hasta contabilizarse un millón de hikikomori. Quizás muchos más, pues el estigma social que produce en un lugar donde el miedo al que dirán (sekentei), hace que el entorno de los afectados no recurra a la ayuda profesional. Los síntomas son claros, largas horas encerrados frente al ordenador, los videojuegos o la televisión, convertidos en sus únicos vínculos con la “vida real”. Las víctimas jóvenes normales, puede que más sensibles o tímidos que la media, con problemas de relación o comunicación con sus progenitores. A veces objeto de burla en el colegio, se sienten agredidos por la sociedad y reaccionan contra esta de forma violenta.
Por lo que dicen las informaciones, el joven que planeaba volar el campus de Palma responde a esta tipología. Y su odio se ha ido alimentando en solitario, entre la admiración de los asesinos de Columbine y la ideología nazi. Es un caso aislado, de acuerdo, pero debemos estar alerta ante este tipo de comportamientos antisociales si no queremos que comiencen a abundar por nuestras latitudes. Y una buena manera quizás sea empezar a liberarnos de algunas de nuestras esclavitudes digitales.