Esta semana hemos asistido a un momento excelso para el deporte español, con la consecución, nada menos, que del campeonato en las tres categorías del mundial de motociclismo (con récords incluidos) y la confirmación de Rafa Nadal, finalista del Masters, como número 1 de la ATP esta temporada. Desde el comienzo del siglo XXI se han multiplicado las “hazañas” de los deportistas españoles en el nivel individual y en el colectivo. Podríamos hablar de triunfos europeos y mundiales en deportes de equipo como el baloncesto, el balonmano o el waterpolo (masculino y femenino), pero es el fútbol el que ha acaparado todas las miradas en los últimos años con la consecución de dos eurocopas y un campeonato mundial, un hito histórico para el deporte más seguido en nuestro país, con su consiguiente repercusión mediática. Ya me he referido a este éxito colectivo, y su valor identitario en otro post. Por eso quiero centrarme hoy en dos deportes que también responden a procesos individuales (y grupales) de éxito.
El tenis ha sido tradicionalmente un deporte de élites, “una práctica distinguida” según Thorstein Veblen, pero que los éxitos internacionales, sobre todo de Nadal, han ido “democratizando”, hasta conseguir un aumento significativo del número de practicantes entre la población española. El 8,9% de entre los que realizan algún deporte, según las investigaciones de David y Ramón Llopis, no es una cifra despreciable para una actividad que concitaba un interés marginal hace no tanto. Este importante incremento no hubiera sido posible si a su categoría formal, la actividad física, no se hubiera añadido su trascendencia social. Los espectáculos deportivos son aglutinadores de identidades colectivas y sus protagonistas despiertan sentimientos de adhesión y de odio. No hay más que leer los comentarios online de cualquier noticia deportiva para darse cuenta de su dimensión. Es lo que el interaccionista simbólico Louis Zurcher denominó “orquestación de las emociones”.
Las excelencias que tradicionalmente se asocian al deporte (actividad lúdica y mejora de la salud física y mental) combinadas con valores predominantes en el trabajo y la organización de empresas como el talento, la motivación, el esfuerzo personal o la competitividad se han utilizado, también, como agentes socializadores y como ejemplos de éxito frente a la crisis y los problemas políticos y sociales concomitantes. El mencionado Nadal es el ejemplo perfecto de esta nueva y exitosa generación, pero también de otros deportistas individuales como los salidos de la inagotable cantera del motociclismo. Antes Jorge Lorenzo, y desde el pasado domingo Marc Márquez, pasean (literalmente) en los más alto la bandera de España por los circuitos de todo el mundo. También Pol Espargaró, Maverick Viñales, Nico Terol, Toni Elías, Julián Simón, Álvaro Bautista o Dani Pedrosa lo han hecho en los últimos diez años, ensombreciendo los ya lejanos 12+1 del legendario Ángel Nieto; cuestión de actualidad y jerarquía.
En el caso del motociclismo, se constatan notables diferencias en relación al posicionamiento en la escala social de sus practicantes. Alberto Puig, expiloto y mánager de Pedrosa dice que es un deporte “de uñas negras”. No en vano, el motociclismo no suele ser una “práctica distinguida” en sus comienzos. Muchas de las gestas se han forjado tras horas de duros entrenamientos, sinsabores y búsqueda desesperada de patrocinios, porque sigue siendo una buena oportunidad de movilidad social. Ésta es una de las claves del éxito del motociclismo, como también lo es la apelación a los mismos valores que el tenis. En el caso del deporte de las dos ruedas, se añade, además, la espectacularidad y la fascinación humana por el riesgo, otros dos factores que han convertido este deporte un foco de atracción para los promotores privados, hasta convertirlo en uno de los primeros eventos deportivos a escala mundial. El binomio deporte-negocio, que tan bien ha funcionado en el tenis, pulveriza registros de audiencias con el motociclismo y, en ambos casos, los patrocinios siguen siendo multimillonarios, con permiso de la crisis. Es paradójico, pero España y sus deportistas tienen buena parte de la culpa de que así sea.