Cuando Acemoglu y Robinson acuñaron el término élites extractivas, seguramente no estaban pensando en las minorías selectas españolas, pero la definición que hacían (Por qué fracasan los países, 2012) resulta de lo más conveniente para describirlas: “aquellas que se apartan de la obtención del bien común y dedican sus esfuerzos a su propio bienestar y al del grupo al que pertenecen”. Si a esto añadimos el hecho de que han sido capaces de tejer todo un sistema para desvalijar a la ciudadanía sin crear riqueza, tal parece que los economistas norteamericanos conocían las andanzas de las élites de Caja Madrid/Bankia.
Casi todo está dicho ya sobre el destino del dinero de las tarjetas opacas, así que no merece la pena insistir sobre el asunto. Lo que llama la atención es que las élites del poder financiero hubieran salido prácticamente indemnes hasta ahora, si tenemos en cuenta que este sector está íntimamente vinculado al origen de la crisis en la que todavía, raíces vigorosas mediante, estamos inmersos. Salvo en contadas excepciones, no se habían producido ceses ni dimisiones dignas de reseñar, y ya no digamos procesamientos, quizás porque el más sonado ha acabado con la inhabilitación de un juez y su expulsión de la carrera judicial. Bien al contrario, la ruinosa gestión de algunas de estas entidades públicas les ha servido como trampolín para acceder (¿por qué será?) a los consejos de administración de reputadas empresas, a las que, indefectiblemente, han llevado por el mismo camino. Sirva el ejemplo.
Pero en este país nunca aprendemos, así que ahora que parece que vuelven a soplar vientos favorables, resulta que volvemos a los errores que nos han llevado a caer en una de las peores crisis que se recuerdan. La reactivación económica es un hecho si atendemos a las 93.860 empresas que se crearon en nuestro país durante 2013, según datos del INE, lo que supone la mejor cifra desde 2008 (otra cosa es el tamaño de estas empresas o el número de empleos generado). Eso sí, resulta que el 70% del dinero aportado en 2013 en España para la creación de esas nuevas empresas ha terminado en el sector financiero y de seguros (1.986,33 millones), actividades inmobiliarias (1.277,23 millones) y construcción (841,30 millones), según la agencia de calificación española Axesor.
El prometido nuevo modelo productivo español se ha quedado en esto, más “ladrillo” y más economía especulativa, justo lo que nos trajo hasta las tarjetas opacas. Tal vez es lo que nos merecemos. Estos días Enric González decía en El Mundo que la clase dirigente no viene de Marte, que es como nosotros, y no son pocos los que opinan que cualquiera hubiéramos hecho lo mismo con una tarjeta “black” en nuestro bolsillo. Me niego a pensar que este sea nuestra moralidad y nuestro destino. Al menos hubo un puñado de consejeros que no llegaron a activar la tarjeta, así que queda alguna esperanza. Hagamos de lo “fundido” en negro un fundido a negro.