Escribía Julián Marías el pasado domingo que en cierta ocasión Cabrera Infante le dijo que quien asesina de manera sistemática, o no descarta recurrir hacerlo si es “necesario”, es ante todo un asesino que siempre tiene un motivo para justificarse. No hablaban sobre yihadismo pero viene al caso, ya que no son pocas las personas que piensan de la misma manera cuando se les pregunta sobre los recientes asesinatos de París y consideran que no hay nada ni nadie que pueda detener a un fanático dispuesto a matar.
Abomino de todo tipo de violencia y como ciudadano de a pie el argumento me parece intachable, pero los sociólogos no solemos aceptar únicamente este tipo de conclusiones, por bien fundadas que parezcan, y tratamos de buscar otras explicaciones complementarias. Así que esta semana, comiendo con un colega, mucho más ducho que yo en estas cuestiones, todo sea dicho, le planteaba si son inevitables todos los atentados que tienen una componente religiosa como parece es el caso del de Charlie Hebdo o si la cuestión estriba en que resulta fácil ganar para la causa a alguien que no tiene nada que perder, como suele decirse. Pensaba en sendos reportajes que leí recientemente acerca de la barriada del Príncipe en Ceuta y sobre cómo reclutan a los yihadistas en los suburbios de las grandes ciudades.
Según mi contertulio, efectivamente, las respuestas podrían encontrarse en factores económicos, sociales o culturales… en todos, y en algunos más. Algo así planteaba ya hace algunos años Marc Howard Ross en su libro “La cultura del conflicto. Las diferencias culturales en la práctica de la violencia”, cuando decía que todos los conflictos complejos tienen raíces múltiples. Para Ross, el conflicto no solo está relacionado con los fines que se persiguen, sino también con las interpretaciones que los adversarios hacen del objeto de la disputa. Los factores estructurales importan, pero también los psicoculturales, y en este sentido, “la socialización inicial de una comunidad está íntimamente ligada a los patrones de conflicto y violencia”.
Mi colega decía que en la cultura occidental no es fácil entender esta radicalización que puede llevar a cometer asesinatos tan brutales como los de París. Pero es que para nosotros hace tiempo que la religión ha pasado a ocupar un lugar secundario en nuestras vidas, muy lejos del que tiene en el mundo islámico, en donde sigue siendo fundamental en la construcción identitaria de algunos grupos. Por mucho que los autores del atentado sean jóvenes nacidos y criados en Francia. El ideal republicano, según el cual los valores étnicos o religiosos quedan desplazados para identificarse con la República parece incardinado en los valores galos, pero hay quien opina que no es tan fácil cuando el camino está “totalmente trazado” para algunas personas en un país en el que, además, sigue existiendo un “racismo muy profundo”.
En España nos encontramos generalmente ante la primera generación de inmigrantes. En otros países europeos (recordemos los disturbios que sacudieron precisamente a Francia en 2005) parece ser sobre todo la segunda generación la que ha protagonizado episodios de “violencia expresiva”, que constituye una vía de escape para las frustraciones, tanto las propias como las ocasionadas por el entorno. El origen de estas manifestaciones violentas habría que buscarlo en el estrés social ocasionado por el desarraigo la marginalidad, la pobreza o el desempleo o las tensiones raciales, factores todos ellos habitualmente desencadenantes de las manifestaciones de violencia urbana. Por edad, no sería extraño que los hermanos Kuachi hubieran crecido en ese caldo de cultivo de los suburbios parisinos e incluso participado en las revueltas.
La cuestión es compleja, por más que se trate de simplificar, de reducir a la condición de asesinos fanáticos. Llegados a este punto, algunos medios de comunicación han hablado estos días hasta de una tercera guerra mundial, un argumento, por otra parte, ya esgrimido por Jesús Hermida tras los atentados del 11-S en Nueva York. Raquel Osborne y Jordi M. Monferer (“Procesos en torno a la religión: presente y futuro”) lo ven de otra manera, y dicen que las guerras mundiales han sido sustituidas por el “terrorismo civilizatorio” de democracias que encubren intereses económicos y geoestratégicos y por un terrorismo transnacional fundamentalista islámico que ha ocasionado una gran incertidumbre en las anteriormente seguras sociedades occidentales.
Si complejo es el escenario más lo son todavía las posibles consecuencias del último atentado. Mi interlocutor planteaba algunas hipótesis sobre cómo afectará este atentado a la convivencia entre autóctonos y musulmanes, sobre la posibilidad de que se cometan más atentados debido al efecto imitación y también sobre el incremento de la auto-censura ante el temor a nuevos atentados. Charlie nos somos todos, me dijo, solo lo son aquellos escritores, periodistas, humoristas, caricaturistas que han mantenido una actitud valiente aun a pesar de conocer el riesgo que corren cada día.
La pregunta fundamental, por tanto, es qué hacer ahora. Y la respuesta, más allá del aumento de la vigilancia y el control policial, quizás esté, según mi amigo, en la revisión de unos modelos de integración seguramente hechos a medida de…nuestras sociedades.