En las últimas décadas, la política europea ha demostrado que los gobiernos de coalición son una fórmula habitual y, en muchos casos, estable. Sin embargo, en España esta dinámica no se ha normalizado hasta tiempos recientes. La fragmentación política y la irrupción de nuevas formaciones han extendido el modelo, pero todavía persiste en el imaginario colectivo la idea de que las diferencias entre socios son sinónimo de inestabilidad. Paradójicamente, aunque el debate nacional sobre coaliciones surgió con fuerza en 2020, estas ya eran habituales en gobiernos autonómicos y, sobre todo, en ayuntamientos. En el caso de Gijón, el actual gobierno compartido entre Foro y PP ha mostrado diferencias en asuntos como el “tren de influencers” o la candidatura al Mundial de fútbol. Estas divergencias no son necesariamente un signo de debilidad, sino una expresión de que coexisten partidos con ideologías, prioridades y ritmos diferentes. De hecho, la pluralidad interna puede reflejar mejor la diversidad social y permitir un equilibrio más ajustado entre intereses distintos, siempre que exista un marco estable de comunicación y negociación.
No todos los desencuentros tienen el mismo alcance. En el caso de la campaña de influencers, más allá del cuestionable gusto de la propuesta, se optó por minimizar el episodio insistiendo en que la coordinación existía, aunque los detalles quedaban en manos de la concejalía correspondiente. El episodio apenas generó tensión y se resolvió con explicaciones rápidas. En cambio, el debate sobre el Mundial tuvo más calado: involucró a actores externos, dividió a la ciudadanía y obligó a cerrar filas en un asunto que trasciende el ámbito deportivo. Aquí, las diferencias se manejaron con una estrategia de contención, apelando al bajo coste de la campaña y evitando que se percibiera como un gesto reivindicativo. En cualquier coalición, la gestión de estas tensiones es clave: si los mecanismos de diálogo funcionan, las diferencias no erosionan la estabilidad. La ciencia política recuerda que el problema no es la pluralidad de voces, sino la ausencia de cauces sólidos para procesar los desacuerdos.
El dilema de cualquier gobierno de coalición es decidir si conviene mostrar unidad o dejar a la vista las diferencias. La respuesta no es única y depende del contexto. Mostrar cohesión transmite estabilidad y puede reforzar la confianza ciudadana, especialmente en momentos de crisis. Sin embargo, la transparencia y la autenticidad también tienen valor: reconocer los desencuentros demuestra que los partidos mantienen su identidad y principios, incluso gobernando juntos. En el caso gijonés, esta tensión se ve amplificada por figuras externas al gobierno, como el presidente local del PP, que interviene en debates que afectan a la coalición, lo que forma parte de sus atribuciones políticas y de la lógica partitocrática que domina nuestro sistema. Al final, la gestión de las diferencias no es solo una cuestión de ideología o de programa, sino de estrategia comunicativa y de capacidad para decidir cuándo es mejor cerrar filas y cuándo conviene marcar perfil propio.
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