Escribía Richard Florida en “El gran reset” (2011) que las crisis ofrecen oportunidades para que las sociedades resurjan renovadas. Hablaba ya de cambios económicos y financieros, de nuevas pautas en la forma en que trabajamos o consumimos, pero también en la actitud que mantenemos hacia la propiedad o la manera en que introducimos innovaciones en al ámbito laboral y personal. En definitiva de una profunda revolución social.
Parece que de un tiempo a esta parte el reinicio del sistema se ha puesto de moda, con todo lo que ello implica, así que el libro retoma actualidad. Ya no se habla de pequeños cambios, de transiciones sino de nuevos paradigmas, incluso entre los sectores más conservadores de nuestra sociedad. Hasta Esperanza Aguirre se apunta a la moda del CTRL+ALT+SUPR. Hace algunos días nos sorprendió (o tal vez no) con sus peticiones de agilidad de la Justicia, reforma de la Ley electoral y el fin de la “profesionalización” de la política. Incluso se atrevió a pedir que se devolviera a los ciudadanos el poder que los partidos les han quitado. Si no es porque todos conocemos su pasado, diríamos que nos encontramos ante una de las activistas de DRY, o de ese nonato Partido del Futuro que continúa con sus jaques silentes.
Resulta gratificante que la discusión sobre la regeneración democrática comience a calar en todos los estratos de la sociedad, aunque sea desde los intereses más espurios. Pero hoy no voy a hablar más de política, ni siquiera de indicadores económicos, ni tampoco de los mercados, ya sean financieros o laborales. Prefiero ser más creativo. Llevamos semanas, meses y yo creo que ya hasta años saturados de corruptelas de toda índole, así que vamos a volver la vista de nuevo sobre Florida, que en “El gran reset” añade argumentos interesantes a los que ya presentaba en su libro “La clase creativa”, del que voy a recuperar algunas de sus teorías. Florida, profesor universitario y experto en desarrollo urbano, asigna un papel relevante al territorio, del que dice puede ofrecer un lugar más agradable para vivir, más allá de la seguridad física o económica que procura. Vivió la decadencia de Pittsburgh (Pennsylvania), que pasó de ser la segunda metrópoli del país, sede de universidades o empresas importantes, a perder toda su capacidad de influencia sociopolítica y convertirse en una ciudad de tamaño medio. Este hecho, indujo al profesor a analizar con detalle los motivos que impulsaban el desarrollo de las ciudades de su país, especialmente después de descubrir que Lycos se trasladaba a Boston, una ciudad que no ofrecía ningún incentivo en cuanto a costes laborales o una legislación más beneficiosa.
La respuesta estaba en el talento de sus habitantes, desbaratando uno de los presupuestos de la teoría clásica, según el cual la economía de una ciudad mejora con la llegada de la alta tecnología. Las investigaciones de Florida, nos sugieren justo lo contrario, que el motor del desarrollo son las personas y no las empresas. Se dio cuenta de que en toda actividad económica existían personas cuyo trabajo tenía un valor añadido, la “clase creativa”, junto a otras que se dedicaban a tareas reiterativas y concluyó que las ciudades en las que existía un porcentaje mayor de clase creativa eran las que registraban un mayor crecimiento económico y del bienestar social. Para Florida resulta evidente que las innovaciones en comunicaciones y transportes favorecen la actividad económica de las regiones pero ninguna fuerza resulta tan decisiva como la aglomeración de personas productivas y con talento. La concentración incrementa la productividad de las personas y también de los lugares en los que residen aquellas, induciendo al crecimiento de la producción y con ella, de la riqueza.
Los estudios del profesor de New Jersey han generado siempre un intenso debate, en el que las principales críticas se centran en el exceso de intervencionismo y gasto público que genera el modelo que propone. Sus teorías, así como su metodología, han sido también duramente criticadas desde la ortodoxia económica y desde los sectores más conservadores de la sociedad norteamericana. Desde la tradición del Capital Humano se considera que Florida sobrevalora la influencia del “factor tolerancia” en el progreso económico de las ciudades, en detrimento de la educación de los trabajadores, y mientras algunos de sus críticos les acusan de determinismo cultural, al circunscribir sus análisis al mundo occidental, otros, simplemente consideran que las condiciones descritas en la obra de Florida ya no se cumplen.
Sin embargo, “La clase creativa” trata de demostrar que la tierra sigue siendo “puntiaguda” en contra de autores como Friedman que propugnan un “mundo plano”en el que no importa dónde vivamos, pues los nuevos estilos de vida de un mundo globalizado nos han liberado de la geografía, argumento que parece controvertido para el caso español. En la formulación de Florida, el modelo seguiría la ley del “apego preferencial” y las personas más capaces y productivas ejercerían de imán sobre otras de sus mismas características, que desarrollarían nuevas ideas y productos, realimentando el proceso. Un proceso circular y acumulativo que atraería talento, tolerancia, ideas y energía, cuya suma acabaría por convertirse en innovación, competitividad y crecimiento económico. Por cierto, como estamos en España, quizás deba advertir que la creatividad contable no aparece entre las innovaciones de la clase creativa. Por si acaso.