Simulación (del latín simulatĭo, -ōnis), tiene dos acepciones para la RAE. Una de ellas es la “alteración aparente de la causa, la índole o el objeto verdadero de un acto o contrato”. La segunda es “acción de simular”, o lo que es lo mismo, “representar algo, fingiendo o imitando lo que no es”. Ninguna de las dos parece apropiada cuando la Secretaria General de un partido político quiere calificar una acción de éste. Baudrillard, teórico social de la posmodernidad, decía que la sociedad contemporánea no está dominada por la producción sino por los medios de comunicación, especialmente por la televisión, que ha conseguido transformar la naturaleza de nuestras vidas. Los partidos políticos lo saben, y suelen utilizar a la perfección este poder, por eso resulta tan extraña la torpeza comunicativa de Dolores de Cospedal a propósito del (no) contrato de Luis Bárcenas.
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Baudrillard se refería al mundo posmoderno como caracterizado por las simulaciones, hasta el punto de considerar que vivimos en “la era de la simulación”, una época en la que los medios de comunicación, omnipresentes, crean una nueva realidad, la hiperrealidad, en la que se mezcla, hasta confundirse, el comportamiento de las personas y las imágenes que ofrecen los medios. Para el sociólogo francés (aunque un heterodoxo como él quizás rechazara tal clasificación disciplinar), el mundo de la hiperrealidad, el proceso de simulación, se construye a partir de simulacros, exactamente como Cospedal dio a entender que ocurre con las “indemnizaciones diferidas” en el Partido Popular.
Al terminar la primera Guerra del Golfo, Baudrillard escribió que ésta no había ocurrido. Para él, las contiendas bélicas ya nunca más podrían ser como las conocíamos hasta entonces. Habíamos entrado en una nueva era de la comunicación, en la que las batallas se televisaban al mundo entero. Y entre los espectadores de todo el mundo se encontraban los dos principales actores de aquella guerra, George Bush padre y Saddam Hussein, que a través de la CNN se enteraban de lo que estaba pasando realmente. Algo similar a lo que ocurre ahora en los grandes partidos españoles. Nadie sabe nada, nadie conoce a nadie y, cuando se enteran, lo hacen a través de los medios de comunicación.
En esta hiperrealidad, la cadena de representaciones que ofrece la televisión construye la realidad. Las imágenes solo adquieren significado a partir de otras imágenes. Ningún líder político actual puede aspirar a ganar unas elecciones sin aparecer de forma permanente en la televisión, pues su imagen televisiva es la que los espectadores mejor identifican con la persona. Aunque esta sobreexposición en los medios puede resultar contraproducente para reforzar su liderazgo cuando se producen intervenciones delirantes como la que nos ofreció la Secretaria General del Partido Popular. Sorprende el desliz, en una estrategia tan cuidada por las formaciones políticas. La comunicación política consta de dos elementos básicos que están presentes en todas las campañas electorales pero también en la acción diaria de los partidos y en su difusión institucional. Uno es el establecimiento de la agenda, fijar los temas sobre los que se quiere hacer girar la campaña y otro es el framing o encuadramiento, que trata de hacer más comprensible el mundo social. Un concepto que, por cierto, procede del campo de la sociología.
A partir de estos dos elementos, se desarrollan los principios fundamentales de la comunicación política. A saber, las ideas son las del partido pero el mensaje que llega, tanto la voz como la imagen, es la del comunicador, algo común a todas las formaciones y que se vigila también al máximo. Este mensaje debe de ser, a su vez, sencillo, claro y coherente, con la intención de movilizar a los propios votantes y convencer a los indecisos. Pero la intervención de Cospedal fue cuando menos difícil de entender, torpe, e incongruente con la impresión de limpieza que se pretendía dar. Las palabras que mejor definen lo que se transmitió serían indolencia y/o negligencia. Una abogada del Estado, exasesora del Ministro de Trabajo y exsecretaria General Técnica del mismo Ministerio es conocedora de la legislación laboral, por lo que su torpeza en las explicaciones no es atribuible a la ignorancia sino más bien a la desidia. O, en el peor de los casos, a la dejadez.
Decía Baudrillard que la “indiferencia, la apatía y la inercia describen a las masas saturadas de signos mediáticos, simulacros e hiperrealidad” (Ritzer, Teoría Sociológica Moderna). Nada es ya “real” y, lo que es peor, los implicados en esta ficción apenas pueden distinguirlo, así que solo nos quedan las simulaciones, que nos devuelven la realidad externa reflejada en el espejo de la hiperrealidad.