Hace tiempo que quería escribir sobre The Smiths pero no encontraba un buen motivo para hablar sobre una banda desaparecida (afortunadamente no su música) hace más de 25 años. Hoy, con la noticia de la publicación de la autobiografía de su vocalista, Morrisey, me ha llegado la inspiración que tanto estaba buscando. ¿Y qué hace en un blog como éste un post sobre las memorias de una pop-star? Pues nada y todo, según se mire. No en vano, el Departamento de Sociología de la Universidad de Limerick (Irlanda) ha organizado ya dos seminarios sobre Morrisey y el alcance sociopolítico de las letras de The Smiths.
Nunca he sido mitómano, por eso no me interesa lo que diga Steven Patrick en ese libro. Sus disputas con las discográficas carecen de interés para mí tanto como su conocido egocentrismo o las batallas legales con sus compañeros de grupo por los royalties. Sí me incumbe, en cambio, lo que dijo Morrisey, compositor de melodías oscuras y poeta atormentado que en los primeros tiempos escenificaba su compleja personalidad a través de unos gladiolos colgados del bolsillo que regalaba a su público: diversidad y victoria.
Me interesa Morrisey porque sin él nunca habría salido del anonimato John Martin Maher, para convertirse en Johnny Marr, un genio de la guitarra post -punk, virtuoso del arpegio y autor de riffs inabarcables. Ed O’Brien, guitarrista y percusionista de Radiohead dijo una vez de él que no hay nada que no pueda hacer con una guitarra, aunque para la revista Rolling Stone simplemente ocupe el puesto 51 entre los mejores de todos los tiempos. Conmigo habría escalado algunas decenas de posiciones.
Pero sobre todo me importa la expresividad y la sonoridad que Morrisey aportó a The Smiths (Manchester, RU, 1982), grupo de rock alternativo, de jangle pop o de indie pop, según gustos, para convertirlo, durante el breve período de cinco años en el que existió, en una de las bandas más influyentes del pop británico, de la que se han considerado herederos The Stone Roses, Oasis, Pulp, Coldplay o Suede. Y todo ello cuando, según la crítica, el Rock sufría una de sus peores etapas creativas.
Dicen que The Smiths no sonaba a nada de su época, en la que surgían y triunfaban bandas sin mensaje alguno en sus letras. Por el contrario, Morrisey, obsesionado con la sociedad británica de su época, hablaba de vegetarianismo,
pedofilia, criticaba la avaricia de las compañías discográficas, el thatcherismo y el sistema educativo: “un palo en la cabeza es lo que te dan por no preguntar, y un palo en la cabeza es lo que te dan por preguntar” (Barbarism begin at home, 1985). Se burlaba de la familia real británica y abordaba la sexualidad y las drogas desde perspectivas arriesgadas (¿impostadas?): celibato y no consumo. Todo tan añejo y todo tan vigente. Nunca he sido un nostálgico. Disfruto mucho de algunos grupos de los ochenta y también de otros actuales, (gracias a Capitán Demo, 180 Grados, Siglo 21 y a Radio 3 en general). Saboreo la densidad de sus guitarras y la originalidad de sus letras y sus mensajes. Sin duda, no podemos aislarnos de nuestro contexto sociocultural, presente y pasado. Somos lo que escuchamos, pero también lo que hemos escuchado.
Ahí van tres de mis preferidas.
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