Hace poco nos visitó en Oviedo Saskia Sassen, que nos habló de la “relocalización de los medios de producción” como una forma de compensar los desequilibrios producidos por la globalización. Parece que relocalizar se ha puesto de moda, a pesar de que la palabra no se encuentra registrada en el diccionario de la RAE. Encontramos referencias a la relocalización en el ámbito de la “ecopolítica” que llevan en sus programas algunas formaciones como Equo, favorables a la reconversión de la economía globalizada mediante sistemas de intercambios locales, reducción de la escala productiva y el consumo o la búsqueda de alternativas basadas en las monedas sociales y el neo cooperativismo. También en movimientos como el surgido en Totnes (Reino Unido) en 2005, que atrajo a personas sensibilizadas en cuestiones ambientales en su afán por revitalizar la producción local de alimentos y energías. Este transition movement sigue la tesis Hubbertiana del “pico del petróleo” pero deshaciéndose de su visión pesimista del “doom and gloom”. Reconstruir la capacidad de recuperación local es su objetivo y la resiliencia su nueva estrategia: “o nos salvamos todos o no nos salvamos”.
Muy distinto este espíritu de la concepción de relocalización que surgió a finales del siglo XX como una estrategia empresarial. Si para los transicionistas la idea es ralentizar el crecimiento y la acumulación material, la reducción de costes y la maximización de beneficios caló en empresas de todos los sectores y tamaños que rivalizaban por trasladarse antes que sus competidores a países con bajos salarios y condiciones laborales y medioambientales laxas. Sí, hablamos de una deslocalización a la que se lanzaron las empresas transnacionales, pero también pymes industriales, avaladas por dudosos informes de rentabilidad u obligadas por el propio mercado. La fabricación nacional se veía como un obstáculo que generaba desconfianza entre los compradores, seguros de encontrar mejores precios en aquellas empresas cuyas manufacturas se encontraran, por ejemplo, en el nuevo y pujante mercado asiático.
Hoy, las circunstancias no son las mismas, o al menos no parar todos. Suzuki fabricó este año la última moto que llevará el sello de Made in Gijón, condenando al cierre la planta que hasta entonces tenía en Porceyo. La marca nipona ya no quiere fabricar en Europa, quizás asustada por la crisis, aunque se suponga pasajera. Distinto es el caso de Tenneco, cuya dirección en Illinois ha decidido (si las negociaciones de última hora no lo remedian), y por mor de la deslocalización, acabar con una de sus plantas más rentables y modernas, puesta en innumerables ocasiones como ejemplo a seguir por sus hermanas europeas. Dos casos más de un proceso que no parecía tener fin. El sector industrial que a comienzos de este siglo representaba el 21% del PIB de nuestro país ha menguado hasta el 15% en 2013, con las consiguientes pérdidas de empleo y riqueza para España. Así que en estas estábamos, deslocalizando, cuando nos enteramos de que el proceso ha comenzado a invertirse en algunos sectores de actividad. Algunas empresas del sector juguetero, el calzado y el textil recorren el camino de vuelta, convirtiendo esta vez la relocalización en antónimo de deslocalización.
El tiempo ha demostrado que el tamaño de la empresa sí importa, y que fabricar fuera solo resulta rentable para las grandes multinacionales. Para los pequeños (no olvidemos el tamaño de nuestro tejido industrial), el coste derivado del proceso de innovación es inasumible, del mismo modo que las series cortas de fabricación que implican inversiones constantes en procesos, programas y formación. Pero la explicación hay que buscarla también en otros factores, como la desaparición de buena parte de la competencia, arrastrada por las crisis, nuevas alianzas comerciales y, sobre todo, en los cambios en las Relaciones Laborales de algunos países como China, paralelos a su desarrollo económico. Además, las pautas comerciales de los grandes fabricantes asiáticos se asemejan cada vez más a las de sus competidores occidentales y existen “costes ocultos”: gastos aduaneros, viajes, problemas de comunicación o culturales.
Eso, sin contar con que, en muchas ocasiones, el prestigio de las marcas se ha resentido. Aquí no solemos apelar al orgullo industrial patrio pero sí en Estados Unidos. Primero fue el Boston Consulting Group, que pronosticaba el regreso de la industria manufacturera deslocalizada a su país en el informe “Made in America Again”, después el “Staying Power II” con las fábricas de Massachusetts creciendo a un ritmo superior al 40%, pese a ser uno de los estados con mejores salarios y mayores costes de EEUU. Y finalmente, el golpe de efecto se produjo en el descanso de la final de la Superbowl-2012, un espectáculo visto por más de 111 millones de espectadores en los USA, con Clint Eastwood haciendo de adalid de la industria norteamericana. Caterpillar, Ford o Apple también han iniciado procesos de relocalización durante los últimos años.
Ya sabemos que los norteamericanos suelen marcar nuestro paso, quizás por eso algunas empresas de las principales ciudades españolas compiten ya realizando “nearshore” (por oposición a “offshore”), relocalizando sus actividades de producción industrial en ciudades españolas donde los costes pueden verse reducidos en hasta un 40%. ¿Qué pasará con las empresas norteamericanas deslocalizadas en España? De momento, Tenneco Gijón se mantiene en una tensa espera hasta conocer la decisión final de la sede mundial, aunque la estrategia de la empresa de Illinois no pasa por el retorno a su país sino por su re(des)localización en Rusia, un mercado emergente muy apetitoso. Pero la planta asturiana tiene importantes ventajas competitivas que sus trabajadores están intentando hacer valer con acierto. Relocalizar significa hoy disponer de una Política Industrial proactiva, facilitando la radicación de las empresas y, sobre todo, apoyando la inversión en I+D+i y en programas formativos. Para Manuel Castells es la organización social la que crea o destruye empleo. Es la hora de la política pero también de la sociedad civil movilizada. Como dice el lema de los transicionistas “o nos salvamos todos o no nos salvamos”. Resiliencia o morir.