Los acontecimientos de Gamonal van mucho más allá de la simplificación que se ha hecho de la protesta. La construcción de un bulevar y un parking proyectados por el ayuntamiento e indeseados por los vecinos del barrio, por caros, innecesarios e incómodos, no parecen el asunto central. Ni siquiera que en el trasfondo de las movilizaciones encontremos, ¡cómo no!, la corrupción. Empresarios condenados por corrupción en el pasado y supuestamente vinculados al PP que aparecerían en los papeles de Bárcenas.
Podrían ser suficientes ingredientes para desencadenar este complicado episodio. Pero para conocer el origen de estas expresiones violentas habría que considerar otros problemas sociales que vive el barrio burgalés, como el desempleo y la creciente pobreza o el riesgo de caer en la marginalidad, factores habitualmente desencadenantes de las manifestaciones de violencia urbana. Los incidentes de los últimos días apenas pueden ocultar el malestar por las altas tasas de paro de un barrio industrial que, como tantos otros, se ha visto, además, sometido a la presión insoportable de los recortes. Ciudadanos que han visto como poco a poco sus derechos desaparecen y que ven impotentes como el proyecto de reforma se ejecuta al mismo tiempo que se cierran guarderías públicas o se reducen los horarios de apertura de los centros cívicos. No hay que olvidar que los sentimientos de fracaso, de falta de oportunidades, favorecen la pérdida del control de las conductas individuales.
También su origen histórico se erige en un componente importante de las revueltas. Gamonal constituye un emplazamiento fabril de la primera industrialización, en el que surgió no solo un espacio industrial sino también un importante foco de atracción residencial. En torno al trabajo se crea comunidad. La conciencia de clase y la cohesión social existente tanto entre sus trabajadores como en su entorno más próximo porque la actividad del sector industrial no puede entenderse aislada del barrio en el que se desarrolló: redes sociales informales de confianza, solidaridad y compromiso colectivo de los que derivan las cajas de resistencia, las caceroaldas y la apertura nocturna de portales para dificultar las detenciones de los manifestantes. En Gamonal se sienten orgullosos de sus movimientos asociativos y recuerdan las concentraciones que todos los jueves realizaban durante el secuestro de Ortega Lara, al margen de la “oficial” de Burgos. Todo ello creó un espíritu asambleario que se ha visto reflejado en las actuales movilizaciones.
Se lamentan asimismo los vecinos de Gamonal de la intoxicación generada por los medios de comunicación locales y también de algunos nacionales, que han calificado la protesta de “kale borroka” y “resistencia antsistema”. Y también, claro, de los políticos que como el secretario general del PP de Burgos, Fernández Mañueco, desligan los sucesos de la situación de crisis y culpabiliza de ellos a “grupos radicales de izquierda”, o el secretario de Estado Seguridad, Francisco Martínez que acusa a “turistas radicales”. Objetivamente, sin embargo, es difícil de corroborar este argumento: 46 detenidos y solo dos ellos no son residentes en Burgos.
En estos últimos años nos hemos acostumbrado a la utilización espuria de estos estereotipos, y no solo en España. Owen Jones cuenta muy bien en su libro Chavs como la clase política trata de justificar el aumento de la desigualdad y evita responsabilizarse de problemas sociales y económicos. En el sur de Inglaterra el término “chav” alude a una subcultura de jóvenes violentos y dependientes de subsidios estatales. Según el cliché, ¿qué une a los “chavs” y a los “turistas radicales”?: violencia, carencias educativas y desempleo. De todo ello, más allá de los incidentes de las últimas noches, lo único constatable en Gamonal es la ausencia de oportunidades de trabajo en un barrio que supone el 35% de la población de Burgos y que, por primera vez, votó mayoritariamente al Partido Popular en las pasadas elecciones. Un hecho, éste último, que puede haberse convertido en un motivo adicional de desencanto al no haberse cumplido las expectativas de reactivación económica y laboral depositadas en esta formación.
Antes de que se produjera la paralización de las obras, algunos analistas del problema de Gamonal se preguntaban si lo conseguido por el movimiento vecinal era ya un éxito en sí y si habría sido posible por medios pacíficos. La respuesta, como siempre en estos casos, no es posible conocerla, pero el conflicto viene de tiempo atrás y después de la primera noche de protestas en la calle el alcalde burgalés se ratificó en sus planes. Aun así, el problema no es de siglas, aunque el movimiento 25-S se haya apresurado a organizar concentraciones frente a las delegaciones del gobierno o las sedes del PP, sino de políticos obstinados. Muy cerca de Burgos, en la vecina Zamora, se proyectó una remodelación similar en 2008. Tan parecida, que contemplaba la reforma de una céntrica avenida para convertirla en, sí, lo adivináis, un bulevar rematado por un parking. La gestión, en este caso fue mucho mejor por parte de Rosa Valdeón, alcaldesa del PP, y por cierto miembro del comité nacional y una de las voces críticas con el anteproyecto de ley del aborto. En primer lugar se ofreció la posibilidad de que los más de 55.000 zamoranos mayores de edad empadronados pudieran decidir, a través de una consulta popular, entre las dos opciones que se planteaban. Finalmente, el proyecto terminó por no ver la luz ante la presión ejercida por los vecinos disconformes con cualquiera de las dos soluciones propuestas. Ni rastro de violencia.
En Burgos las obras se han paralizado solamente después de que se recrudecieran las protestas del pasado fin de semana y entrara en juego la cuestión política y el cálculo electoral. Parafraseando la canción, se acabó la diversión, el alcalde mandó parar. O le mandaron.
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