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Angel Alonso

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Barreras disuasorias

Hace casi veinte años que el Colectivo IOE publicaba el informe “Extraños, distintos, iguales o las paradojas de la alteridad: discursos de los españoles sobre los extranjeros”. Con su investigación querían conocer el posicionamiento subjetivo de la población española respecto a los extranjeros. IOE partía entonces de la premisa de que las estructuras ideológicas solo eran accesibles a través de un análisis sociológico del lenguaje.

Foto: Javier Bauluz

Para explicar las actitudes de rechazo de los españoles ante los extranjeros (“los otros”) consideraban imprescindible reconocer las tensiones existentes entre racismo y modernidad, como contraposición a las sociedades estamentales, en las que las barreras intergrupales mantenían a cada uno “en su sitio”. Aunque la cuestión, reconocían, es mucho más compleja. Los extranjeros no suelen suponer un problema si no existe un antagonismo con la “modernidad” europea, latina o católica.

Lo cierto es que ya entonces ocurría que los primeros eran “los de casa”. Y eso teniendo en cuenta que la inmigración no figuraba en la lista de los principales problemas para los españoles, según los barómetros del CIS de la época. En 2005, antes del comienzo de la crisis económica, cuando la presencia de extranjeros se justificaba por la demanda temporal de trabajadores, la inmigración era ya vista como el tercero de los problemas de España. Pero este rechazo condicionado a la inmigración parece que tampoco ha desaparecido ahora, pese a que no se encuentre entre las preocupaciones de la ciudadanía (solo un 3,0% de los españoles lo mencionó en las respuestas espontáneas en noviembre de 2013). Como mínimo, según el Oberaxe (informe de 2011), los españoles tratamos a los inmigrantes con “desconfianza”, que se transforma en antipatía o fobia cuando hablamos de marroquíes, “moros” o norteafricanos (respuesta mayoritaria, con un 18% ) porque son vistos como delincuentes, violentos o colectivos que no se integran. Aunque, con ser preocupante este retrato de determinados inmigrantes del imaginario popular, más lo sería una deriva hacia la institucionalización del populismo xenófobo y de actividades neofascistas que ya observaba en actitudes individuales el Informe Raxen 2010 del Movimiento contra la Intolerancia. El problema es cultural, como bien lo ponían de manifiesto los miembros de IOE: el discurso cosmopolita etnocéntrico establece un “racismo de clase” para aquellos que, “próximos al estado salvaje, ignoran las normas mínimas de convivencia”.

Quizás por esta tradición de desconfianza hacia los extranjeros  no nos resulta tan obsceno que un ministro del Interior se refiera a una “barrera disuasoria” cuando habla del material antidisturbios empleado por la Guardia Civil para reprimir a los subsaharianos que trataban de ganar la playa ceutí del Tarajal. Esta barrera resulta aparentemente menos inhumana que las también “disuasorias” concertinas de la vecina Melilla. Zapatero, convertido por entonces en adalid de la Alianza de Civilizaciones, ya les daba utilidad en 2005, y Rajoy hace poco ¡pidió a Interior un informe sobre los efectos de las cuchillas sobre las personas! Para los que de noche intentan llegar a nado a nuestro país la percepción sobre estos artilugios probablemente sea similar. ¿Cuchillos y alambre de espino frente a gases lacrimógenos, balas y pelotas de goma?: las consecuencias suelen ser las  mismas.

Ya se sabe que cuando se pierde el respeto por los derechos fundamentales, las garantías legales no suelen observarse con demasiado celo.  Presuntamente así ha sido en el caso de Ceuta, y así lo han denunciado oenegés como Caminando sin fronteras o Prodein, ante un enfurecido director de la Guardia Civil al que le parece intachable una operación en la que al menos 15 personas han perdido la vida. Bruselas también tiene dudas sobre la impecabilidad de la actuación, por eso ha pedido explicaciones, como antes lo hizo con el uso de las concertinas.

Foto: periodistas-es.com

Concertinas, amable nombre para un artilugio potencialmente letal que según su fabricante tiene un “efecto psicológico y visual” aunque, admite, puede ocasionar “rasguños o cortes”. Los eufemismos se extienden impúdicamente, aunque su uso viene de lejos y  han facilitado estas percepciones entre los nuestros y los otros. Contaba hace algunos años Antonio Izquierdo sobre “el mito de la emigración española” que existe la creencia generalizada de que todos aquellos compatriotas que emigraron en los años sesenta lo hicieron legalmente y con contrato de trabajo. Sin embargo, las estadísticas oficiales indicaban que no era así para más de la mitad de la emigración española. Eso sí, la denominaban “clandestina” o “no asistida”. Ya vemos que el origen de la neolengua es más remoto de lo que pensábamos.

Sobre el autor

Soy sociólogo y me considero una persona dinámica, a la que le gustan los retos personales y profesionales. Esa inquietud se refleja también en mi compromiso con la sociedad, civil, ayudando a organizar actividades como foros y congresos como miembro de la Asociación Asturiana de Sociología y de la Junta de Gobierno del Colegio de CCPP y Sociología del Principado de Asturias. Escribo cuando puedo en este blog y participo con cierta asiduidad como colaborador de medios locales, principalmente en prensa escrita y radio.


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