Conviene distinguir entre campaña política y campaña electoral porque son conceptos que, con frecuencia, se confunden. De ahí que tengamos la sensación de que las campañas electorales son demasiado largas e, incluso, que no acaban nunca. Actualmente las campañas políticas suelen ser permanentes. Digamos que se reinician al día siguiente de las elecciones y duran todo el ciclo electoral. Sin embargo, las campañas electorales tienen unos tiempos determinados por diversos factores como la legislación electoral, que marca unos períodos concretos, la disponibilidad de recursos, la estrategia política y la fecha de las elecciones.
Esto implica que la campaña electoral tiene un tiempo limitado. La cuestión es, ¿cuándo comenzar? ¿Cuál es el momento óptimo? Pues aquí los asesores de campaña también suelen tener en cuenta dos cosas, la preparación de la campaña y la campaña en sí misma:
Joseph Napolitan, al que se considera el padre de la consultoría política moderna, no solo decía que hay que empezar pronto, sino que nunca se empieza a preparar una campaña demasiado temprano. Algunos especialistas en campañas electorales ponen incluso una fecha, que se sitúa en torno a, atención, ¡2 años antes de las elecciones! Incluso se ha estudiado qué momento del año es el más favorable para persuadir a la ciudadanía. Y esto no es nuevo. Ya los asesores de Margaret Thatcher descubrieron que durante el verano la opinión de los ciudadanos británicos respecto a sus gobernantes era mejor. Quizás por aquello del buen tiempo, o las vacaciones.
Fotogtrafía: https://mprgroupusa.com/2013/12/12/napolitan-el-estratega/
Y a pesar de lo que se suele considerar, la campaña política es importante. Es cierto que las campañas son similares, e incluso las cuestiones principales sobre las que giran los mensajes políticos, pero persuaden a los votantes de elegir una papeleta y no otra. Quizás no son determinantes para orientar el voto, aunque sí para movilizar al electorado y muchas elecciones se ganan o se pierden en función de que la participación electoral sea más alta o más baja. Podríamos decir que una buena campaña no gana unas elecciones, pero una mala campaña puede perderlas, así que elegir bien qué, cómo y cuándo importa mucho.
Si empiezas pronto tienes más tiempo para encargar y analizar encuestas, algo que todos los partidos hacen con carácter previo a las elecciones, a pesar de que, de nuevo, existe la falsa premisa de que las encuestas no sirven para nada.
También empezar antes te permite estudiar a los adversarios y las estrategias posibles, preparar al candidato para todos los escenarios posibles e, incluso adelantarte al rival para elegir a los mejores especialistas en campañas, a los spin doctors. Recordemos la importancia que han tenido para el triunfo de sus partidos figuras importantes de la comunicación política como Iván Redondo o M. Ángel Rodríguez. Cuando empiezas tarde tienes menos tiempo para hacer cosas y una buena campaña supone investigación, planificación, recursos de todo tipo, tanto materiales como humanos y organizativos. Todo lo cual demanda tiempo. Por eso hay que empezar lo antes posible y, a ser posible, antes que los adversarios.
Las estimaciones de las campañas más exitosas hablan de esos a la que también llego o 12 últimos meses. Por ejemplo, la que hizo posible que Obama ganara las elecciones en USA en noviembre de 2008 y que suele ponerse como ejemplo en Ciencia Politica, empezó justamente 2 años antes en esa fase de preparación. Así que, si quieres tener éxito en unas elecciones conviene no dormirse, ya que los rivales tendrán mucho terreno andado.
¿Y cómo percibe todo la ciudadanía? Bertrand Russell decía que la democracia es “el proceso mediante el cual el pueblo elige a la persona a quién echar la culpa de sus problemas”, así que la ciudadanía suele identificar eficazmente a los representantes que creen que deben ser castigados en las urnas. Suelen buscar alternativas creíbles, pues si no existen estas, las elecciones se vuelven irrelevantes, y los ciudadanos desarrollan desafección política o desconfianza hacia todas las instituciones políticas. Otra cosa es que después la elección que han tomado satisfaga sus expectativas y ahora no resulta tan sentido acertar con las personas. La decisión de los votantes en la política moderna ya no depende solo de factores ideológicos, culturales o socioeconómicos, sino que ahora, entran en juego también mecanismos cerebrales más complejos. Sabemos que el cerebro no siempre funciona de forma racional, sino que es muy emocional, así que actualmente la neurociencia política importa mucho. Y no es algo nuevo puesto que, el mundo del consumo lleva años estudiando los patrones de comportamiento del ser humano y la neuropolítica ha seguido sus enseñanzas ante campañas o líderes políticos. Se diría que hay una gran cantidad de votantes que tienen clara su opción de voto, o eso creen. La desinformación, las fake news, e incluso la saturación de mensajes a través de distintos canales y plataformas de contenidos, hacen que tomemos decisiones irracionales. La neuropolitica analiza las reacciones del cerebro de las personas ante imágenes o mensajes de los líderes políticos. se utilizan elementos tridimensionales como los vídeos en 3D para presentar un programa electoral y los discursos políticos son trabajados con gran detalle. Todo ello puede conseguir cambiar el sentido del voto de muchos votantes, incluso de aquellos que sienten más desafección por la clase política.
Fotografía: Pexels/Meo. Fuente: https://www.uoc.edu/portal/es/news/actualitat/2019/064-neuropolitica.html
Esta desafección ha crecido mucho en los países del Sur de Europa, como el nuestro, y especialmente a partir de la crisis de 2008. El problema es que no resulta fácil identificar qué políticos son responsables de la crisis económica y deberían ser castigados ni que las alternativas políticas que ofrecen los grandes partidos con opciones de gobernar sean diferentes y que un cambio de color resulte decisivo. También es importante que esa frustración se está proyectando de manera indiscriminada hacia las principales instituciones políticas, especialmente el gobierno, el parlamento y los partidos políticos. Esta desafección general hacia las instituciones es lo que realmente resulta peligroso para la democracia y está detrás de muchos de los acontecimientos de asaltos a las instituciones políticas que estamos viendo en los últimos años y en distintos países.
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