Es difícil concretar, como casi siempre, el origen de este concepto. Hay quien lo relaciona con Napoleón y el tiempo que transcurrió desde su huida y exilio a la isla de Elba y su derrota definitiva en Waterloo, en 1815. Durante esa llamada “campaña de los cien días”, no solo fue capaz de recomponer su ejército, sino que fue capaz de recuperar el gobierno. Pero la opción más plausible es la que lo relaciona con el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt.
Roosevelt accedió al poder en 1933, un momento muy convulso, como sabemos, tras la Gran Depresión, con graves dificultades económicas. Roosevelt sabía que uno de los principales problemas del país era la pérdida generalizada de confianza. En su discurso inaugural del 4 de marzo señaló: “Esta nación pide acción, y hay que actuar ahora”, instó a su equipo a desarrollar nuevos programas rápidamente y pidió a los congresistas un acuerdo nacional para que durante cien días, gobierno y oposición trabajaran de manera conjunta para poner en marcha las reformas imprescindibles. La ciudadanía, sumida en la depresión estaba deseosa de obtener seguridad y creyeron encontrar en estas palabras la del líder que les sacaría de la crisis. Durante esos primeros cien días de gobierno aprobó la mayoría de leyes intervencionistas que puso en marcha para luchar contra la Gran Depresión. Estas leyes son lo que hoy conocemos como New Deal y constituyen su legado histórico. En este tiempo récord consiguió que el Congreso aprobara 15 leyes para la reconstrucción económica y (casi más importante) moral del país.
¿Por qué 100?
Desde luego que no figura en ninguna constitución ni en los estatutos de ningún partido, ni nadie lo impone. No es una cifra exacta ni hay nada esotérico ni cabalístico en el número. Es más, muchos asesores y personas de los gabinetes políticos se lamentan de su existencia, pues consideran que no trae más que problemas, ya que en un período de tiempo muy corto se exige ya al gobernante de turno soluciones a problemas que no han sido resueltos en años. Sin embargo, esto no impide que haya triunfado entre los estudiosos de ciencia política, los medios de comunicación y la ciudadanía, que utilizan como un indicador del éxito presidencial lo que no deja de ser una fecha simbólica.
En todo caso, esos 100 días suelen aprovecharse por los partidos en el poder porque como un estilo de liderazgo nuevo y para remarcar que el poder e influencia del líder están en su máximo nivel, incluso para llevar a cabo modificaciones legislativas comprometidas. Además estas primeras acciones deben contar con una estrategia de comunicación que produzca la sensación de que el gobernante está trabajando y las mejorando las cosas.
También es cierto que la eficacia de los nuevos presidentes suele incrementarse si toman posesión del cargo rápidamente porque su estilo de liderazgo parece más fresco y más nuevo, permanece intacta el aura de ganador y esto le permite tener una mayor capacidad de negociación con otros actores. E incluso durante los primeros 100 días es mucho más elevado el porcentaje de población que desea que al nuevo gobierno y a su líder le vaya bien y tengan una legislatura exitosa. De ahí que esos 100 primeros días se utilicen como un estándar para medir la eficacia presidencial.
¿Es verdad que durante esos 100 primeros días un gobierno tiene un “periodo de gracia”?
Implícitamente, el dinamismo, tomar muchas decisiones es sinónimo de fortaleza, capacidad de gestión y potencial efectividad de un gobierno, pero esos primeros 100 días de gobierno representan algo menos del 7% de una legislatura de cuatro años y en tan poco tiempo es difícil concretar los objetivos estratégicos de las políticas, por lo que tampoco resulta sencillo prever el futuro desempeño del gobierno. Lo que sí define es la posibilidad de desarrollar las propuestas y las concepciones ideológicas y programáticas, que representarían una especie de primera impresión sobre lo que se pretende hacer y cómo, la puesta de largo ante la ciudadanía. Es un periodo en que el gobernante muestra su estilo de liderazgo, la forma de relacionarse con los ciudadanos, con los medios de comunicación y con las diversas fuerzas políticas. También se utilizan también para asegurar un control efectivo de los resortes de la administración y para enviar una señal clara de sus intenciones a los poderes reales y sus intereses. Se puede ya dejar traslucir la habilidad o la impericia, el olfato político o su ausencia, pero no se evalúa tanto la administración y los resultados como la gestión política.
Pero al mismo tiempo, constituyen un dispositivo comunicacional de primer orden, que concita la atención de la ciudadanía. Existe una alta expectación y aumenta exponencialmente el interés de la población por entender más sobre las nuevas políticas y por tratar de buscar de manera autónoma por los temas que les importan. Esto hace más difícil que se dejen influir por otros medios y los partidos de la oposición lo saben, por lo que tratan de ser más cautos. Esto no impide que cada vez se respete menos este plazo simbólico, pero tradicionalmente la lucha partidista ha sido es relativamente baja durante este período.
¿Tienen un mayor simbolismo las acciones que se adoptan en esos primeros tres meses?
Volviendo al ejemplo, la audacia de Roosvelt posibilitó de manera súbita un nuevo clima de optimismo. Esto le confiere a los 100 días ese significado simbólico y son interpretados muchas veces como el termómetro del poder de un presidente entrante. Es verdad que en muchos casos la coyuntura es la que hace la magia. No está claro si los programas de Roosevelt fueron tan exitosos para poner fin a la depresión o si fue la Segunda Guerra Mundial la que, paradójicamente, obró el milagro, pero lo que queda claro es que el New Deal se convirtió en uno de los primeros grandes experimentos sociales y económicos e inauguró una nueva manera de entender el liderazgo y la gestión en gran sintonía (y nunca antes vista) con la población. Por asociación, se ha adoptado como una fecha clave esos tres primeros meses en los que suelen esbozarse las prioridades de los siguientes cuatro años de mandato y esto ha acabado por conferir a esos 100 días el aura y el simbolismo que tiene ese período.
¿Para la oposición también hay esos 100 días en los que se le permite ser menos incisiva?
Yo diría que a la fuerza. Después de un fracaso electoral cunde la sensación de desconcierto entre todos los cargos y dirigentes de la formación política, que deben tratar de entender, en primer lugar, lo qué ha sucedido, tratar de identificar las causas de su fracaso, si existe falta de liderazgo claro y una estrategia política sólida. Necesitan recuperar la confianza de los ciudadanos y esto puede necesitar de una reestructuración interna profunda para renovar su imagen y sus propuestas. Seguramente, también replantearse sus estrategias comunicativas y su relación con la sociedad civil, para volver a conectar con los ciudadanos que se han alejado de su mensaje. Superar esta crisis y recuperar su posición en el escenario político lleva tiempo, así que durante esos primeros momentos la oposición también estará ocupada en sus cuestiones internas. De la celeridad con la que se sobrepongan y realicen todos estos cambios dependerá que les ocupe 100 días, más o menos. En todo caso, como hemos visto, los 100 días no dejan de ser una construcción social, un período de tiempo aproximado, aunque cargado de gran simbolismo.