Asisto desde hace más de un año, con una mezcla de tristeza y preocupación, a los acontecimientos que se producen en la lejana, para muchos, Siria. Yo, que tuve la ocasión de visitarla en 2009, me quedé enamorado de la belleza de sus ciudades y de la humildad, hospitalidad y afabilidad de sus gentes. Por eso me duele aun más la tragedia que viven muchos de sus ciudadanos.
Todas las situaciones de guerra son injustas y dramáticas, pero lo son aún más cuando a las pérdidas humanas se añade la destrucción de un importante patrimonio histórico y cultural como el que se encuentra repartido por este país de Oriente Medio. Damasco, Palmira, Hama, Maloula, Borsa, El Crac de los Caballeros…y la preciosa Aleppo. Desde que escuché que esta ciudad estaba siendo sometida a bombardeos, no he podido dejar de pensar en su hermosa e histórica Ciudadela. Deseo fervientemente que las bombas no alcancen ni a una sola persona en ningún lugar del mundo pero la destrucción acecha siempre al patrimonio cultural (no hay más que ver lo que está ocurriendo en Tombuctú), aun donde no se producen pérdidas humanas. Y estos diabólicos artefactos suelen ser especialmente certeros con el arte milenario.
La cuestión es ¿qué está pasando realmente en Siria? La pregunta parece tener fácil respuesta si nos atenemos a las explicaciones e informaciones que llegan desde occidente: un sátrapa como Al-Assad quiere acabar con cualquier intento de rebelión contra su poder tiránico y sofoca la rebelión de su pueblo con las armas. Fácil, ¿no? Los muchos recortes de prensa que guardo desde el inicio del conflicto, parecen confirmar punto por punto la teoría del dictador sanguinario.
Pero todo resulta más complicado en el avispero de Oriente Medio, y más si se conoce la importancia geoestratégica siria. Un indicio de que el conflicto es más complejo de lo que aparentemente parece lo encontramos en el atentado contra la sede central de la Seguridad Nacional en Damasco, que costó la vida a tres de los principales ministros del gobierno sirio. Resulta extraño que una operación como esta fuera llevada a cabo solamente por un grupo de insurgentes, dada su contundencia y precisión.
Algunas de las claves del conflicto podemos encontrarlas en La Vanguardia, en un artículo titulado La tragedia siria, en el que el siempre brillante sociólogo Manuel Castells advierte de que “la tragedia siria es el secuestro de una revolución de la dignidad por los indignos de la geopolítica mundial”. La frase en cuestión invita a la reflexión y a la lectura de otras informaciones sobre el conflicto, más allá de los medios de comunicación convencionales. Artículos y entrevistas de calidad como los que ofrece RT Actualidad, una plataforma que emite contenidos, digamos, políticamente poco correctos, a través de Internet.
En este medio, la experta en Oriente Medio Nagham Salman cuestiona la veracidad de algunas informaciones, al tiempo que se escandaliza ante el obsceno espectáculo de competición mediática entre gobierno, oposición y las potencias que les apoyan. Al parecer, todos ellos ajenos al dolor que están causando. Salman advierte de una estrategia consistente en convencer a la opinión pública mundial de que “Israel es el único país civilizado y democrático de la región, y que está rodeado de musulmanes fundamentalistas”. Y para lograr este objetivo se fomenta la expansión del wahabismo y la chiaofobia o demonización de la rama chiíta del Islam, al tiempo que se empuja hacia el radicalismo a organizaciones históricamente más políticas como los Hermanos Musulmanes.
Otros medios como Web Islam publican prácticamente a diario artículos que avalan las teorías conspiratorias de Al-Assad junto con otros (los menos) que apoyan la causa de los insurgentes. Thierry Meissan, intelectual francés y presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace, acusa directamente a las potencias occidentales y a los países del Golfo de estar llevando a cabo una operación secreta de guerra, cuyo objetivo no es el derrocamiento de Al-Assad sino conseguir la hegemonía de Israel y EEUU en Oriente Medio. “Contras” libios, miembros de al-Qaeda, Turquía y hasta los Sudairis, una facción de la familia real de Arabia Saudí estarían involucrados en esta guerra sucia, a decir de Meissan. Del otro lado, Hezbollah, alineado con Siria para frenar el expansionismo sionista, con Rusia y China denunciando una agresión externa contra el gobierno de Al-Assad en el consejo de seguridad de la ONU.
Por si faltara algo, Meissan revela una campaña de confusión y desinformación auspiciada por la CIA y la OTAN, en lo que denomina “la mayor operación de intoxicación de la historia”, una guerra psicológica en la que estarían involucrados operadores de satélite y varios canales de televisión occidentales y de Oriente Medio.
En definitiva, que parece que lo que empezó como una revolución pacífica de indignados contra el régimen dictatorial sirio va camino de convertirse (otra vez, para desgracia de Siria) en una nueva partida de ajedrez de la geopolítica internacional. La madre de todas las partidas, porque Siria es un país estratégicamente situado, que cuenta con salida al mar por la ciudad de Tartus, donde se encuentra situada una base militar rusa. Porque en territorio sirio están también los Altos del Golán, un enclave estratégico (y una importante reserva hídrica en medio del desierto) que Israel conquistó en 1967 tras la Guerra de los Seis Días y que nunca ha tenido intención de devolverle. Y por si fuera poco, Siria es el único país de la región, junto con Irán, abiertamente hostil al vecino Israel y su aliado estadounidense. O al menos hasta ahora, porque con la presencia en el poder de los islamistas en Marruecos, Túnez, Egipto y Libia, podemos ver crecer el arrepentimiento de algunos países que apoyaron revueltas de inciertas consecuencias.