El Sporting levanta el telón de la temporada 2007-2008. Lo hace en Segunda División por décima temporada consecutiva. Parece una pesadilla cuando lo recuerdo. La situación es traumática, sobre todo cuando se echa la vista atrás y se recuerdan épocas en las que los dispendios y las insensateces dieron con el equipo en Segunda, descapitalizado y arruinado.
Pendiente de la llegada de Congo (personalmente lo doy por hecho) y Gaspar (también lo veo esta semana de rojiblanco), con la posibilidad de lograr otro delantero, cuando se cierre la desvinculación de Karanka y Chus Bravo, la plantilla rojiblanca estará al completo. Manuel Preciado, Emilio de Dios y su equipo de colaboradores apuntalaron el equipo con jugadores veteranos y conocedores de la categoría. Se buscó más el futbolista práctico que el de renombre, por lo que los que llegaron no crearon demasiada expectación. El objetivo de Preciado es disponer de dos jugadores por puesto, salvo la portería, que tendrá tres. El cántabro va a tener todo lo que pidió, por lo que sólo queda que cuando comience a rodar el balón, la respuesta tenga resultados positivos.
Parece que la plantilla tiene buena pinta, a expensas de los retoques pendientes, aunque, en esta ocasión, a los que se nos llena la boca de agua cuando hablamos de Mareo, deberemos tener en cuenta que los productos de la cantera, en una mayoría, van a quedar en un segundo plano. Se supone que los fichados llegan para jugar y no todos van a tener sitio. Pero ese será un problema para Preciado, a quien también le van a complicar las cosas los chavalitos que llegan del filial, aparentemente de forma circunstancial. Son los casos de Lora, un ‘panzer’ para el centro del campo, o los goleadores Luis Morán y Carlos Álvarez. Como ellos llegó un tal Villa, hace ahora siete años, con una temporada de retraso, por la cesión del brasileño Adauto da Silva, que duró aquí seis meses. En esto del fútbol, el balón es el que manda, pero hay que saber darle un buen trato. Es la forma de ilusionar al sportinguismo.