Hace ya un montón de años, en el desaparecido Calzada, fusionado con el Pelayo en 1969 para parir el Gijón Industrial, había un dirigente al que las gentes del fútbol que lo conocieron siempre lo ponen como ejemplo de directivo de un club de deportivo. Me refiero a don José Fernández, industrial del barrio fabril, que aportó trabajo al Calzada. Cuentan que lo hizo con coherencia y amor al fútbol. La prueba es que años después sólo se habla bien de aquel dirigente. Este equipo de barrio, el Calzada, tuvo los mejores años de su trayectoria, en Tercera División.
Años más tarde, uno de sus hijos, también llamado José, irrumpió en el mundo del fútbol gijonés. Lo hizo en el Sporting, donde había sido futbolista juvenil. Sin embargo, sus métodos no fueron los ejemplares que su padre utilizaba en el Calzada. Su estilo era y es intervencionista al máximo. Desde que entró como consejero participó en las gestiones propias de gerentes y secretarios técnicos. Acompañado del restaurador Pedro Morán, entonces compañero suyo de consejo, viajó a Sevilla para traspasar a Monchu. Fue la primera gestión del nuevo Sporting SAD, con un consejo abierto sólo para los que compraron el asiento en la sala de juntas, bien por iniciativa propia o bien por recomendación municipal. Fernández fue por el primer motivo.
Dos años después, el presidente Manuel Calvo, recientemente fallecido, se enteró por una notificación del club del traspaso de Juanele que Fernández negoció en el Hotel Miguel Ángel, de Madrid, acompañado de Herminio Menéndez, con el intermediario Toldrá esperando en otra dependencia del hotel para entrar en la operación. En aquella ocasión, la comisión la pagó el Tenerife. En 1995, cuando la promoción, después de cambiar de sitio y marear a entrenadores y técnicos dijo aquella famosa frase de “esto no me volverá a suceder a mí”. Tres años después llegó el descenso y le tocó beber del agua que dijo que no bebería.
Desde 1998, cuando se produjo el descenso a Segunda, de una forma tan traumática como bochornosa, José Fernández dice estar apartado de todo. Oficialmente, sus apariciones éran solo para firmar avales. Últimamente, como máximo accionista del club, las esporádicas visitas a Mareo son para interesarse por la salud de la entidad. O para comprar la lotería de Navidad. Estos argumentos los firmaría el mismísimo Groucho Marx.
Me cuentan que Fernández volvió a aparecer por Mareo. No es cierto. Nunca se ausentó. Siempre estuvo ahí. Y, por cierto, cada vez que interviene, pasa algo. Este verano ponderó a Congo por todo lo alto para que se le renovase el contrato con un esfuerzo superior al del resto de la casa, con menosprecio al resto de la clase. Ahora, ante la pasividad del colombiano, busca refuerzos de favor a espaldas del cuadro técnico. El año pasado obligó a Emilio de Dios a viajar a Brasil. Quiere repetir una experiencia sin continuidad. Pero, como es el dueño, nadie le tose. Le hacen reverencias. Y hasta la ola, si es necesario. El director general debe cumplir las órdenes como funcionario y el presidente hace su función. Sabe que a Fernández no le gusta que le lleven la contraria. Por eso Emilio de Dios y Preciado no le resultan agradables. Lo que no sabe Fernández es que si mantiene esta línea, el Sporting puede quedar sin entrenador. El cántabro no está dispuesto a aguantarlo. ¿Por qué José no se mirará en el espejo de don José? Con lo fácil que es.