Me despierto con una mala noticia: murió José Manuel. A sus íntimos no los sorprendió, porque su estado de salud era delicado, aobvre todo desde el pasado domigno pro la noche, pero no me esperaba este desenlace y menos de una forma tan rápida.
Conocía a José Manuel desde que empezó a jugar en el Sporting. Tuve la suerte de tratarlo desde su etapa de futbolista, cuando vivía en la calle de Emilio Tuya, donde era vecino de Churruca, y también como gerente rojiblanco. El trato en el Sporting era casi un día a día. En el Burgos, Logroñés y Xerez también mantenía el contacto. En Gijón nos veíamos con más asiduidad. También en los viajes. Coincidimos en dos pretemporadas, con los desplazamientos de la Tpa, y en algunos ligueros. El último que recuerdo fue en Ferrol, en el mes de marzo. Antes habíamos estado en Soria y en San Sebastián.
Siempre exquisito, predispuesto, servicial y sencillo, con una sonrisa. No recuerdo a José Manuel enfadado. No le molestaba nada. O lo disimulaba muy bien. Tenía ese difícil arte del que muchos debemos aprender. Era con todos igual, con periodistas, jugadores, dirigentes o rivales. Con todos.
Se nos fue un gijonés que presumía de su gijonesismo como nadie y un sportinguista que llevaba muy dentro al Sporting. Incluso cuando le tocó ser rival, porque de aquí le buscó la salida un presidente ramplón a quien le estorbaban los que le hacían sombra.
Voy a echar de menos sus parrafadas. Siempre con buena palabras, con un sentido positivo. Van a echarlo de menos los oyentes sportinguistas de la televisión regional, por su defensa del equipo y de los chavales en sus comentarios. Se nos fue una buena persona. José Manuel se merece un buen puñado de lágrimas. Casi ni me apetece escribir. A veces es difícil entender la vida.