El Sporting dijo adiós a la Copa. Los gijoneses se adelantaron en el marcador en el primer minuto, que era lo más difícil, pero no supieron mantener la ventaja. Los descontroles de la defensa costaron caros. El tanto del empate llegó con una salida inadecuada de Sergio. El segundo del Athletic, por un despiste defensivo incomprensible. Y sigue sin ser necesario el fichaje de un defensa de los que rasca. Ver para creer.

Me pregunto qué hubiera pasado si se señala penalti en el empujón a Diego Castro en el minuto seis. O si se llega a indicar la mano de Amorebieta al cuarto de hora del segundo tiempo. El arbitraje fue descaradamente anticasero. En Bilbao, las lipotimias de Llorente son escandalosas. El Sporting las sufrió. Sin embargo, con el Athletic de visitante, pasa todo lo contrario, que las manos y los empujones no son motivo de pena máxima.

Parecía que por decreto el Athletic tenía que estar en la semifinal. Ya se daba por hecho antes del encuentro de la ida. En Bilbao. El Sporting lo asustó en San Mamés, pero ayer, entre los devaneos gijoneses y los favores arbitrales, los vascos pudieron reponerse bien.

El Sporting fue víctima de impotencia por doble motivo. Por su estilo de juego, bien sólo al principio, para difuminarse después, y por las decisiones arbitrales. Dos penaltis en un partido pesan demasiado, al margen de los errores de un juego espeso y de una defensa de humo.

En la instantánea se ve a Bernardino González Vázquez hablar con Diego Castro. Los dos son gallegos. ¿Se habrán entendido en las apreciaciones? Creo que no. Y el domingo viene Megía Dávila.