Nada que objetar a la derrota, al menos en cómo se produjo. No se mereció perder, pero los regalos y la falta de consistencia tienen peajes. En las jugadas clave, el árbitro no estuvo mal. Lo dicen las imágenes de televisión. Sólo en el penalti a Carmelo pudo haber mostrado la tarjeta amarilla a Albiol, jugada que se ve en la fotografía. Hubiera sido la segunda.

El Valencia hizo lo justo, pero dejó clara su calidad. Menos mal que Villa se vio agarrotado por la carga emocional de su regreso a El Molinón. Silva hizo virguerías con la defensa en el primer gol. Sorprendente Sastre en el penalti del segundo, que lo sacó del partido. La cesión posterior a Villa, increíble. El tercero fue un pasillo dejado por la defensa y el centro del campo, en una fase en la que el equipo perdió la parcela ancha por un cambio difícil de entender.

La entrada de Kike Mateo como centrocampista fue un error de Preciado, y es complicado de digerir la entrada de Cámara por Carmelo como interior, con Maldonado en el banquillo.

Los resultados juegan en contra, pero, sobre todo, el de El Molinón. Quedan ocho jornadas. El futuro se ve hoy con pesimismo. Las orejas del lobo se dejaron notar. El Recreativo pasa su Angliru, pero para el Sporting parece que son malos todos los rivales. No es hora de lamentaciones de lo que se hizo mal en la planificación, porque desde el cuadro técnico ya se sueltan disculpas. No vale eso de ‘ya sabíamos lo que había’, ‘hubiéramos firmado esto en setiembre’ y letanías similares. Puntos, no disculpas. Es lo que hace falta. Para eso hay que equivocarse menos en todas las parcelas.