El último refuerzo del Sporting fue presentado oficialmente. Primero, en la sala de prensa a los medios informativos y luego en el campo José Luis Ortiz, donde había unos 300 aficionados rojiblancos.
Alberto Botía llegó acompañado de su padre y también del representante argentino Horacio Zandonadi, que tiene una empresa de intermediación de jugadores en sociedad con el padre de Lionel Messi. Tanto el agente como el jugador y el padre del futbolista quedaron asustados al ver el grupo de aficionados que se dieron cita en Mareo. El quinto refuerzo rojiblanco no es un jugador de relumbrón, sino un chaval que procede de un equipo de segunda B, categoría en la que sólo jugó una temporada, más 26 minutos en Primera, en un partido con un resultado intrascendente.
Botía ya tenía alguna referencia de cómo responde la afición sportinguista. Quedó entusiasmado y sorprendido, pero no menos que Juan Pablo, Gregory, Rivera o De las Cuevas. Después de diez años en Segunda, con algunas temporadas desoladoras, y de una campaña de terrible sufrimiento en Primera, el aficionado rojiblanco está deseando aplaudir algo bueno, sin necesidad de vivir una tensión infartante. Para ello es necesario acertar en los recién llegados y también en los que tienen que dejar sitio libre, porque no tienen la suficiente calidad para el objetivo marcado, que es una permanencia algo más desahogada que la de la campaña pasada.
El principal problema de la campaña anterior fue el sistema defensivo, que ahora intent correirse con la llegada de Gregory y Botía, para el centro, más el ascenso provisional de Pedro Orfila, la gran esperanza del cuadro técnico para el lateral derecho, y el polivalente Alain. Creo que traer un lateral derecho experto no estaría de más. Y si luego tiene que calentar banquillo, porque Pedro Orfila lo supera, no pasa nada. Pero correr riesgos innecesarios cuando hay dinero sobrante es una insensatez y un empecinamiento absurdo.