Es difícil de digerir una derrota como la de Valladolid. Fue un partido absurdo, en el que los pucelanos exhibieron su impotencia ofensiva, pero se encontraron con el Sporting más irregular.
Es el segundo partido que se pierde después de empezar ganado, con una serie de facilidades defensivas inesperadas. Da la sensación de que la fortaleza de Botía y Gregory se difumina, que el poderío del centro del campo se desvanece y la delantera da pocas señales de vida. Barral estuvo inexistente. Parece que la lesión de Bilic le da confianza para pasar el partido como un espectador de excepción. Y Maldonado sigue sin aparecer.
La necesidad de fichar un delantero parece algo demasiado diáfano. Por lo menos, después de haber visto los tres últimos partidos, surgen algunas dudas y se empiezan a ver las orejas al lobo. El partido del Málaga empieza a calificarse como una final, aunque quede mucho en juego.
Hoy toca decepción. Un equipo del poso del Sporting no puede permitirse el lujo de perder en el último minuto, con más de medio equipo en el campo contrario y sin reaccionar en un contraataque, después de perder el control del balón. La historia se repitió demasiadas veces, hasta que el cántaro se rompió.
Es cierto que el campo estaba helado en algunas zonas y duro en otras, pero no me parece que pueda ser la disculpa. La peor parte se la lleva una sufrida afición, que es ejemplar hasta para llevar decepciones. Por cierto, el frío fue más en la grada que en el campo. Lo saben los que pagaron las entradas, como los de la foto, que son una parte de la peña Nunca Caminarás Solo.