La actuación del Sporting en Almería es difícil de entender e imposible de explicar. Un campo sin presión, con menos de 10.000 aficionados en las gradas, con pista de atletismo de separación entre el césped y la afición, con un gol por delante y con un jugador más no fueron argumentos suficientes para haber arañado algo positivo.
Podía haber sorprendido un rival con garra o con un equipo extraordinario, pero el Almería no es ni lo uno, ni lo otro. Lo que pasa es que cuando se piensa que está el partido ganado a los diez minutos, mal asunto.
Y menos mal que en este equipo hay un futbolista llamado Rivera, que es todo un ejemplo de desgaste, rendimiento y aportación.
Después del partido y de otros resultados, la jornada invita a la meditación de quienes están al frente del equipo. El desastre de ayer provoca una decepción difícil de digerir. No hay más que analizar las discusiones entre jugadores en pleno partido o las reacciones absurdas e infantiles de Barral y Gregory.
Perdió el Sporting, no ganó el Almería. No es lo mismo, aunque puso más sentido y más ganas el equipo local.