El pasado martes hubo silbidos en El Molinón. Iban dirigidos a Preciado, pero creo que conviene hacer una interpretación del sentido de la mayoría de los sportinguistas, cuyo único sentido es desear lo mejor para su equipo.
A todos nos gusta ver jugar bien al Sporting. Si además gana, sensacional. El martes, la primera parte fue extraordinaria en su última media hora, pero en el segundo tiempo, al equipo le entró una ‘pájara’ que había que cortar de alguna manera. La grada, en la que me incluyo, mostró una sensación de que el míster tardaba en reaccionar. Y cuando en un espectáculo no gusta el guión, el espectador puede exteriorizar sus sensaciones con el director de la orquesta.
Creo que Preciado lleva una trayectoria sobresaliente en Gijón. Tras un primer año de tanteo, en el que evitó el descenso, al siguiente llegó el salto a Primera y en la campaña pasada contribuyó a mantener la categoría, además de ser una pieza fundamental en la mayoría de los fichajes. Los Congo, Matabuena, o Rivera, por poner tres ejemplos, no hubieran venido a Gijón con otro entrenador, salvo que el cheque fuera de muchos ceros. Esta temporada sólo hay que mirar la clasificación para respirar tranquilidad. Pero esto no quiere decir que todo lo que haga el entrenador tenga la aprobación general.
Me parece que nadie pone en duda el trabajo de Preciado y su rendimiento en Gijón. Su continuidad está asegurada y tiene la aprobación general. Otra cosa es que el miércoles, en plena pájara, nos haya tenido en vilo para hacer cambios cuando había algunos jugadores con la gasolina agotada, lo que permitía al Deportivo estar con diez frente a un rival con menos jugadores a tope.
Los pitos a la tardanza en hacer cambios no significa que se pite a Preciado. Es que el respetable se desespera cuando ve a su equipo perdido, impreciso y nervioso. Aunque, después del periplo de la década famosa, el sabor a Primera es sensacional. Incluso con algunas imprecisiones, cuando se tienen once puntos de ventaja sobre el descenso.