No fue relevante el encuentro amistoso jugado por el Sporting en la localidad cántabra de Tanos, ante la Gimnástica. Fue como un entrenamiento más, aunque con un rival que se endureció innecesariamente. Preciado reservó a los nuevos y también a algunos de los que, en buena lógica, quiere ver antes de que se vayan cedidos, casos de Poves y Carlinos. Creo que el míster lo tiene claro con todos. O con casi todos. Con los que le sobran, con los que necesita y con los que le hacen falta. Sabe bien que la plantilla no está cerrada. Otra cosa es el discurso.

Del partido no deben sacarse consecuencias. Es el primero de la pretemporada, con un grado de preparación corto aún, las fuerzas demasiado justas y una falta casi total de ideas. Todo lógico. Hasta que Barral, con su sello inconfundible, haya entrado al trapo de los defensas de la Gimnástica, con un árbitro que me recordó al inglés de la final del Mundial. Hasta coincidían en la cabeza rapada. Dejar tanta dureza, sin señalar faltas imprudentes en un amistoso, no era el objetivo del partido. Bilic, De las Cuevas, Luis Morán, Sergio y, sobre todo, Carmelo sufrieron las malas artes del rival.

Cabe pensar que estas cosas sirven para curtir, aunque ahora es momento de coger fondo, forma y ritmo.

Otro caso aparte es el que afecta a Diego Castro. El presidente del Getafe lo echó a los caballos. Le acusó de que se ofreció al club madrileño en diciembre y que le pidió que hiciera un esfuerzo para sacarlo de Gijón, donde no quiere seguir. Esto exige una aclaración del futbolista y de su padre. Sin demoras.