Se esperaba más del Sporting. Se confiaba en que tuviera un resultado positivo, frente a un equipo ramplón, que tiene como principal argumento la entrega, el trabajo, la presión y una imagen de caracter aguerrido. Pues bien, ese Levante vapuleó a un Sporting sin alma. Es increíble ver a Ballesteros, con imagen de partidos de solteros contra casados más que de la Liga de las Estrellas, superar a quien se le plantara por delante, aunque podos y en escasas ocasiones se le plantaron.
El primer gol vino producto de un regalo, de una jugada enla que Canella carece de consistencia. Le costó el cambio. El segundo tuvo de todo, en una fase en la que los rojiblancos tenían el viento a favor. Un despiste de Damián, más falta de contundencia, esta vez de Iván Hernández y gol de Valdo, con mano y fuera de juego incluido. El tercer fue el mazazo y el cuarto fue sinónimo de falta de concentración.
El Sporting dio sensación de no saber a qué juega, de no tener un sentido más que el ‘tira palante’, con una falta de coordinación impensable en Primera División. Por si fuera poco, los cambios tampoco fueron acertados. Si se ficha a Damián para lateral de ambos lados, como opción de recambio, es complicado asimilar para qué se pone en la derecha y se traslada a Lora a la izquierda. Quitar a Barral, que era el que podía rematar, y a Rivera, que es el que sostiene el centro del campo a base de presencia, no era lo esperado.
Estamos en un momento delicado, con grupos en el vestuario que no están a gusto y con algunas actitudes personales de jugadores que no son las más apropiadas. Los que deban intervenir, que no duden.