Los goles suelen levantar de los asientos a los seguidores del equipo que los marca. Los del Sporting anoche fueron especiales. El de Gálvez fue el segundo gol de estrategia de la temporada. El anterior fue el de Barral al Espanyol. El tanto del granadino, por lo que significaba, resultó brillante. Se frenaba una marcha buena del rival y se encauzaba el partido, en el que el triunfo era una necesidad.
El segundo, el de Trejo, no sólo levantó a la gente de sus asientos, sino que hizo estallar El Molinón. El tanto significaba un triunfo que se había desperdiciado unos minutos antes, por no saber mantener el control del balón. Pero, además del valor de los puntos, la estructura de la jugada y del disparo hacen que sea uno de esos tantos que pasarán a la historia o, por lo menos, se recordarán muchos años.
El triunfo era lo importante, pero el análisis no se puede ocultar. Es difícil de entender que Preciado haya regalado de una forma tan descarada el control del balón al contrario. El enfado del respetable fue perfectamente entendible. Ahora toca Villarreal, donde no se puede perder, aunque si se repite la imagen que se dio en los campos del Levante o del Betis pocas aspiraciones habrá. La solución está en las dos próximas salidas, para encauzar el futuro. Me niego a pensar que el Sporting sea un equipo de inferior calidad a otros rivales directos, como el Racing, el mismo Osasuna, el Rayo, el Mallorca, la Real o el Betis.
El objetivo es acabar mayo en Primera. Luego ya se harán los cambios precisos, que parece que serán demasiados, sin que aún se puedan tirar las campanas a vuelo.