La visita del Sabadell acabó en decepción. No se ganó, que era lo esperado y lo necesario. En el primer tiempo hubo detalles positivos, como la presencia de Canella en ataque, como en sus mejores tiempos, y las apariciones habituales de Trejo, que es el que marca las diferencias. Sin embargo, en esta ocasión faltó acierto. Sangoy y Bilic tuvieron el partido en sus botas, pero no remataron la faena ante un rival que salió con demasiadas precauciones. Lo mismo que en Valdebebas se acertó con la puntería, en esta ocasión no se puede decir lo mismo.

El Sporting hizo méritos para ganar en el primer tiempo. Luego llegaron las prisas y la ansiedad, en lo que sobresalió el trabajo de Cases, sin demasiados apoyos para completar la faena. Se quería resolver el partido por la vía rápida y ante un rival conservador eso es complicado. Sobre todo cuando uno se revoluciona a sí mismo, que fue lo que le pasó al Sporting, al margen del árbitro, que fue el peor de los que pasó en muchos años por El Molinón. Sánchez Arminio se lo debería hacer mirar, porque este tipo de mariscales son malos para el arbitraje.

No queda más remedio que mirar para adelante, sabiendo que el maratón tiene muchas etapas pendientes. La del sábado, en Guadalajara, no se puede desperdiciar, ni echar la culpa a las revoluciones, ni a las prisas. Ni a los Mariscales.