Otro empate ante otro colista. El Sporting sólo pudo sumar un punto frente al Barcelona B, un equipo joven, rápido, con una calidad extraordinaria, pero, demasiado individualista. Eso fue lo que mejor le vino a los discípulos de Abelardo.

El sabor que deja el punto tiene una dosis grande de decepción, entre otros motivos, porque sacó a los rojiblancos del ascenso directo. Tras la derrota de Valladolid se esperaba una reacción de los gijoneses, con un calendario aparentemente accesible, pero la trayectoria del equipo fue descendente. El principal problema es el gol. Desde el partido del Mirandés, los rojiblancos sólo marcaron de penalti ante Las Palmas. En Leganés fue un defensa en propia portería. En el resto de encuentros, su casillero quedó a cero.

Abelardo empezó una cruzada contra el gremio arbitral. No le falta razón, pero los colegiados forman una asociación vengativa. No hay más que recordar la primera temporada de Preciado, quien tuvo que subsanar el entuerto en un congreso en Santander, con un cambio de impresiones que concluyó con un abrazo con su paisano Sánchez Arminio.

El déficit de errores en contra del Sporting en el capítulo de penaltis es sangrante, pero reaccionar como hizo el técnico gijonés no es un buen camino. Si Lora o Jony hubieran materializado alguna de las ocasiones de gol tan claras se hubiera evitado la guerra con los árbitros, en la que los equipos y los entrenadores llevan las de perder.

Una preocupación añadida es la falta de chispa que acusa el equipo, en un bache en el que echa de menos a Nacho Cases, para dar un dinamismo al juego del conjunto. Rachid puede asumir esa función, pero sale de una lesión y está aún un poco verde. En cualquier caso, adelante no hay visión de portería, con excesiva precipitación. Suele pasar cuando hay obligación de ganar.

El empate ante el ‘Mini Barça’ fue un punto de decepción, aunque el consuelo es que los demás no están para tirar voladores. A ver qué pasa en Zaragoza.