La situación del Sporting es de las más incómodas de los últimos años. No haber logrado el programado ascenso a Primera División causó más daños de los previstos.
La solución de los problemas económicos está pendiente de los traspasos y de las reducciones de las fichas más altas, con menos avances de los que se esperaban. Esta situación parece haber generado cierto nerviosismo, porque en el seno del consejo se aprecia una peligrosa inestabilidad.
Hasta hace algo menos de dos años, el equipo dirigente tenía un perfecto ensamblaje, al margen de los aciertos y los errores. Ahora, después de los cambios propiciados por Javier Fernández, el consejo navega en un ambiente tenso y extraño. El representante del capital, que creyó que llegaba con la solución bajo el brazo, se obsesionó con buscar un funcionamiento empresarial. El resultado fue el aumento de personal y de gastos, sin mejorar la imagen del club. Al revés de lo necesario.
En el consejo no hay identificación entre sus miembros, lo que preocupa al máximo accionista, que lo sabe todo, sin, supuestamente, intervenir en nada. Su punto de vista, aunque a distancia, parece chocar con un problema generacional. O sea, que los Fernández no tienen criterios unificados.
El consejo tiene varios apartados. Antonio Veiga representa la prudencia, convencido de que las gestiones encargadas a García Amado, brazo ejecutor del consejo, van a dar sus frutos para salir de la crisis financiera que ahora envuelve al club. Todo lo contrario que los asesores, quienes transmiten una imagen de alarma.
A Losada parece habérsele pasado el enfado tras no haberle hecho caso en su tesis de rebajar más el precio de los abonos, sin tener argumentos de ingresos para equilibrarlos. Como experto en marketing y publicidad no se le conoce ninguna gestión en favor del club, mientras que las negociaciones, como antes de los cambios, se siguen haciendo desde la oficina de Carlos Barcia. Primer dilema.
En la parcela deportiva, la labor de Iñaki Eraña, hombre de confianza de los Veteranos, parece paralela a la de Lozano, hombre de confianza de Veiga y Javier Fernández. Segundo dilema.
Al vicepresidente lo apoya casi siempre su amigo Javier Martínez, a quien fichó para ese cometido en el consejo. De todas formas, el empresario hostelero aporta cierto equilibrio en las opiniones de una materia que antes sólo conocía como aficionado.
Veiga no es presidencialista y se muestra excesivamente respetuoso con la representación del capital. Javier Fernández interviene ahora más en el plano financiero, además de haber elegido a los asesores, a quienes tal vez no explicó bien sus funciones.
En cualquier caso, la realidad del Sporting es que hay un problema económico al que se le buscan soluciones, pero con un consejo que no es un ejemplo de estabilidad. El único que puede arreglarlo es Javier Fernández, que fue quien lo organizó. Antes, sería conveniente que se convenciera con un análisis de conciencia sobre los errores que cometió, para rectificarlos. Por el bien del club.