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Manuel Rosety

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La última secuela

La victoria del Sporting sobre el Sevilla tuvo una repercusión negativa en el seno y en el entorno del club hispalense. La entrada de Canella, los silbidos a Capel y la ausencia de recogepelotas son algunos aspectos censurados desde la capital sevillana.

Que un aficionado opine sin conocer las reglas puede entenderse, porque, como dice el refrán, de fútbol y medicina todo el mundo opina, pero que lo hagan profesionales no tiene disculpa. Y eso enturbia el ambiente.

Los recogepelotas y su función están tipificados en el reglamento, lo mismo que el árbitro tiene la facultad de retirar este servicio. Otra cosa es que los críos encargados de esta misión estén aleccionados y el colegiado lo permita. En la primera vuelta, en el Sánchez Pizjuán, el segundo gol sevillano llegó por una picardía de un recogepelotas, en una acción que repudió Preciado y que encendió a Jiménez. Tener el listón de Juande Ramos parece que desequilibra con cierta frecuencia al aún entrenador sevillista.

La expulsión de Canella tiene muchas opiniones, sobre todo cuando entran en liza otras comparaciones. Por ejemplo, la entrada de Alves a Del Moral, que pareció terrorífica y no fue ni falta. O la de David Prieto a Bilic, cuatro minutos antes de la del rojiblanco a Capel, que se quedó sin tarjeta. Ni siquiera amarilla. Si la del lateral zurdo rojiblanco se hubiera sancionado con una amarilla tampoco pasa nada. El extremo sevillista le echó un teatro desmesurado. Y cuando tiene fama de piscinero, no creo que se la haya ganado en Gijón, en sólo una jugada.

Quienes conocemos a Canella, sabemos que la jugada no fue con mala intención. No hay más que ver su trayectoria. Supongo que los que conocerán a Capel estarán convencidos de que los revolcones por el efecto de una patada serían porque el chaval estaba herido de muerte o poco menos. También bastará con mirar su estilo, aunque no va a tener Megías protectores en todos los partidos, sin que con ello pretenda justificar una entrada fuerte.

En realidad, Jiménez está molesto por la derrota de su equipo, lo que es muy lógico, pero más por sus errores. Haber cambiado de banda a Capel, cuando Cámara estaba advertido por el árbitro, le vino muy bien al Sporting, en una noche espléndida de Sastre. Mantenerlo en el campo, descentrado por los silbidos del público, también fue bueno para los rojiblancos. Situar al goleador Renato casi de libre, no hizo daño a los gijoneses. Y otras muchas cosas más. Quizás Preciado y Jiménez se preocuparon más de su guerra particular que del partido en sí.

Esta es la última secuela. Hay que empezar a pensar en el Barça. Y con Quini en el banquillo.

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El universo rojiblanco tal y como lo vive su principal cronista


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