Un gol en el último minuto volvió a evitar la destitución de Preciado. Pasó en Riazor y se repitió la historia, después de que ante el Málaga fuera Vega-Arango quien frenara la decisión que el consejo enía media encauzada.

Creo que un gol no debería ser el argumento para la continuidad de un técnico o para prescindir de sus servicios. El análisis debe ser más amplio. Ayer, en Santander, la alineación de Preciado me pareció una huida hacia delante. Recuperar a Sastre para poner a Lora de enganche, o dejar en el banquillo a Rivera para dar la alternativa a Nacho Cases, a quien en cuatro años y medio nunca se le miró para el primer equipo me parecen unas frivolidades increíbles, lo mismo que insistir con Nacho Novo en la banda derecha.

Uno de los problemas es que los delanteros específicos no le marcan un gol ni al arco iris, ya se llame Barral o Sangoy. De Bilic no digo nada, porque ayer se fue a la grada y no es un jugador que agrade a Emilio de Dios o a Preciado.

Lo positivo de la jornada fueron las goleadas que se llevaron el Almería y el Zaragoza o la derrota de un Levante correoso, además del gol salvador de Diego Castro. Gracias al gallego, el técnico montañés sigue sufriendo en el banquillo, aunque no se puede quitar la parte proporcional de culpa que tiene por haber llegado a estos extremos, lo mismo que Emilio de Dios.

Me encantaría que Preciado pueda acabar la temporada y que el Sporting mantenga la categoría, pero no lo veo claro. En 18 jornadas, sólo se repitieron dos alineaciones y la política de bandazos es inadmisible. Eso es lo que se debería comentar con el cuadro técnico antes de decidir una continuidad o una destitución, no un gol en el minuto 90, aunque, de momento, es lo que vale. Por eso se puede asegurar que tanto en Riazor como en El Sardinero, Diego Castro salvó al maestro. A ver si sigue así hasta mayo. Luego, como si se lo quiere llevar al Getafe