En otros tiempos ir al Santiago Bernabeu era agradable. Ahora no lo es tanto. Al menos esta temporada, en la que las provocaciones de Mourinho tuvieron respuestas bravas y meditadas de Preciado, con procesos muy diferentes a los que marca Vega-Arango, amante de la elegancia, la prudencia y la educación, virtudes que no imitan los técnicos que hoy serán rivales.
En cualquier caso, en el terreno de juego no tiene más influencia que la calidad y el estado de forma. El Sporting acude a Madrid con la ilusión de dar la sorpresa. El rival explota las bajas, que no son más que las que tiene Preciado, aunque en el Sporting, por aquello de las frecuentes rotaciones, puede que se noten menos.
El Real Madrid aportó más gente a las selecciones, tiene más carga de cansancio por los viajes y parte de su atención puede estar en el encuentro contra el Tottenham Hostpur, ante el que los blancos tienen taxativamente prohibido fallar.
El Sporting tiene la experiencia del juego desarrollado ante el Barcelona y el Valencia. Incluso el ritmo defensivo que se vio frente al Almería, salvando, por supuesto, las distancias. En ello fundamenta sus ilusiones.
La ausencia de Diego Castro es la que más debe acusar el conjunto de Preciado, en el que de forma sorprendente, el fichaje de Ayoze, apuesta de Emilio de Dios, apenas fue enseñado, aunque sus condiciones llevan la proyección del gallego. Algo debe haber, porque no creo en los caprichos de entrenadores.
Es un viaje de ilusión, de ver si la calidad del Real Madrid queda lastrada por los cansancios y el peso de los compromisos continentales. Y también si el Sporting es capaz de aprovechar esta situación. En condiciones normales se sabe que es poco menos que imposible puntuar en el Santiago Bernabeu. Ahora hay alguna esperanza de que las fuerzas puedan tener un mayor equilibrio, aunque miedo me da el berciano José Luis González, el que eliminó al Sporting de la Copa en Cádiz o el que lo derrotó en Murcia en su época de Segunda con decisiones incoherentes. Es un peligroso palomo casero, como se dice en el argot arbitral.