El fenómeno de la emigración se ha dado en todas las crisis y en ello Asturias tiene una larga experiencia. La región ha sido por tradición exportadora de recursos humanos, aunque el proceso que ahora estamos viviendo presenta factores diferenciales con respecto a anteriores éxodos. Uno de ellos, la intensidad del flujo, mucho mayor que en otras ocasiones, y el hecho de que esté afectando, sobre todo, a la generación mejor formada de la historia, aquella de la que alardeábamos antes de que estallara la crisis y que ahora vemos como, de manera irremediable, se nos marcha igual que cuando se escapa de las manos un globo de helio.
Empresas de recursos humanos de fuera de nuestro país acuden a las facultades y escuelas universitarias de la región en busca de ingenieros, médicos, químicos, biólogos… para darles una oportunidad laboral en el extranjero. Directivos, mandos intermedios y profesionales altamente cualificados se buscan la vida al otro lado de las fronteras antes de acabar desfallecidos en las colas del paro. Todo aquel que tiene una vocación emprendedora va al encuentro del negocio fuera de Asturias porque aquí las posibilidades de triunfo se encuentran cercenadas. De esta manera, según el Censo Electoral de Españoles Residentes en el Extranjero (CERA), más de 28.600 asturianos han optado por marchar desde que se empezaron a notar las consecuencias del declive. Sólo en 2012, 5.300 personas dejaron la región para buscar trabajo fuera. La cifra es, incluso, superior teniendo en cuenta que la estadística del INE solo incluye los asturianos que se van a otro país y quieren ejercer el derecho a voto y tampoco están los que deciden instalarse en otras comunidades autónomas, como es el caso de Madrid, que dentro de España también hace de efecto llamada.
¿Y quienes son los que se quedan aquí? Pues miles de parados sin cualificación, prejubilados, pensionistas, estudiantes, mano de obra con bajos salarios, escasa capacidad de consumo… El desequilibrio poblacional que sufre Asturias se agudiza con la huida masiva de quienes tendrían que ser aportadores de ideas y recursos para una sociedad mejor. Estamos viviendo un proceso de descapitalización humana, que no conduce más que al empobrecimiento general, y que nuestros representantes políticos no han sido capaces, hasta ahora, de frenar. Es cierto que durante los cinco años de crisis, las administraciones apenas pusieron en marcha medidas para paliar el deterioro del mercado laboral. Los planes de empleo brillaron por su ausencia y lo que hubo fue mera destrucción. Ahora, el Gobierno central anunció un paquete de programas para incentivar la contratación de jóvenes, que se añade al que está dispuesto a aplicar el Principado tras el acuerdo de concertación, y los planes que vayan diseñando los ayuntamientos, que todos juntos pueden contener la fuga. Pero, al final, se trata también de que existan oportunidades para que todas estas personas que componen la ‘leyenda urbana’ tengan opciones para quedarse o, en su caso, regresar. Y para ello hace falta otro tipo de incentivos, además de las ayudas a la contratación, como la constitución de fondos que respalden la creación de ‘startups’ al calor de los centros universitarios, que favorezcan la iniciativa empresarial, la emprendeduría, el desarrollo de la investigación, de la tecnología, de los programas innovadores… Se trata de mimar el talento de estos jóvenes, de aprovechar su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos, de crecer con ellos. Poco futuro podemos tener como sociedad si seguimos dejando que el éxodo vaya a más. El bienestar de la región depende de que este activo encuentre aquí su lugar.