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Ángel M. González

Viento de Nordeste

Aquella industria del oeste

Gijón es un conglomerado de ciudades. Depende donde pongas el pie o la mirada te encuentras con la ciudad cosmopolita, la comercial, la de los bares, la turística, la tecnológica, la universitaria, la rural, la de la burguesía, la que vive de cara a la mar, la que observa desde los cordales, la que cosecha en la llanura, pero sobre todo es una ciudad industrial, manufacturera desde el origen, transformadora a lo largo de toda su historia. Las fábricas forman parte de nuestro acervo. En esta villa se forjó la industrialización de Asturias y la salud de la economía regional continúa dependiendo, sobremanera, del estado en el que se encuentre la actividad fabril gijonesa.
En el Ateneo Obrero de La Calzada se rinde homenaje estos días a aquella industria que conformó el corazón del sector durante siglo y medio en el oeste de Gijón. Una exposición gráfica recorre la historia de una selección de fábricas que dejaron huella en el propio barrio, en El Natahoyo, en El Cerillero y en Veriña, surgidas por la iniciativa de empresarios foráneos y locales que aprovecharon la oportunidad que ofrecía, a mediados del siglo XIX, la puesta en marcha de la carretera Carbonera, el ferrocarril de Langreo, el del Norte y la expansión de El Musel para el despliegue de la actividad en aquella zona. La Algodonera, La Cordelera, Cristasa, La Sombrerera, Gijón Fabril, Fábrica de Moreda, La Gloria, Litografías Viña, Astillero Riera, Avello, La Estrella de Gijón, La Fábrica de Loza, La Harinera, La Azucarera, La Cerillera, Fábrica de Aceites Casanova y Crady están representadas en la muestra, pero un gran panel se encarga de recordar que aquel pulmón productivo llegó a albergar en sus buenos tiempos nada más y nada menos que sesenta y dos factorías, incluida Ensidesa y otros tres astilleros.
La mayor parte de ellas desaparecieron, algunas se trasladaron a otros polígonos con escasa suerte y en los espacios que fueron dejando con su desmantelamiento se construyeron viviendas, parques, un colegio y un polideportivo, o se convirtieron en centro de salud o en vivero municipal de empresas. Como resultado tenemos los barrios que hoy conocemos, asociativos, solidarios, integradores, activos, reivindicativos, con carácter y mucha vida. Basta pasear al mediodía por la avenida de la Argentina, por ejemplo, para comprobar el latido de sus gentes, esa vitalidad a la que me refiero, aunque ello no quiere decir que no estemos aún en deuda con una zona que sufrió durante muchísimos años los efectos de las chimeneas por aportar riqueza a todo el municipio y a la región.
Pues bien, recorrer la exposición es un deleite, pero también deja cierto sabor amargo, una sensación de frustración, cuando te preguntas las razones por las que fuimos incapaces de conservar todos aquellos activos empresariales, de la misma manera que sucedió con la Fábrica de Gas, Tabacalera, La Bohemia, Confecciones Gijón o Mina La Camocha, por recordar algunas otras empresas situadas en enclaves distintos que también dejaron un enorme vacío en el catálogo industrial del municipio.
Ahora conforman nuestra memoria colectiva y resulta enriquecedor su evocación, entre otras cosas para, a partir del recuerdo, reiterar que Gijón no puede dejar de ser, sobre todo, la ciudad industrial que le permitió desarrollarse y crecer. No volverá la fabricona tradicional, intensiva en mano de obra, de miles de obreros, pero ahora que se habla tanto de la necesidad de cambiar el modelo económico no se puede concebir otro modelo para el municipio que el soportado por una industria competitiva, avanzada y sostenible. Esa tiene que ser la que recoja el testigo de aquellas factorías.

Sobre el autor

Periodista del diario EL COMERCIO desde 1990. Fui redactor de Economía, jefe de área de Actualidad, subdirector y jefe de Información durante doce años y desde febrero de 2016, director adjunto del periódico.


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