A veces pienso que esta ciudad podría ser protagonista de un tratado de despropósitos sobre urbanismo y arquitectura cuando repasas algunas de las actuaciones llevadas a cabo en los últimos treinta años a partir de una urbe que ya entonces estaba mal trazada y prácticamente destrozada por un desarrollismo incontrolado y de escaso gusto. La transformación de Gijón en todo ese tiempo con la recuperación de espacios para los ciudadanos que antes no se podían disfrutar es loable, sin duda alguna, y el rediseño de lugares y rincones ha supuesto, por lo general, un esfuerzo bienintencionado y con aciertos, pero ello no quiere decir que el resultado en todos los casos fuera digno de ovación porque barbaridades también se hicieron bastantes.
Cada gijonés tiene su catálogo personal de ‘pecados urbanísticos’ y aunque las apreciaciones más allá de los criterios técnicos suelen ser muy subjetivas, a buen seguro coinciden con algunas de las que a continuación apunto, dada su evidencia.
Por ejemplo da cierta pena cuando ves en lo que han quedado los jardines del Náutico y comparas lo que hay ahora con aquella estampa de lo que antes había; también el destrozo en el Parchís, convertido en el macetario del centro de Gijón; la zona de Fomento amurallada de hormigón y una mole de balneario que quiebra la línea cercana del horizonte; el asfaltado del parque inglés, que ya no es ni inglés ni parque, o la actuación sobre la cara norte de la Universidad Laboral, que estrena el título de Bien de Interés Cultural, es decir, patrimonio a proteger, yo diría de añadidos como el de la caja escénica del teatro, que no pega ni con cola. Resulta que el gigantesco cajón de marras, gris, negro y rojo, ha pasado de ser trasero del monumental edificio a recibidor de quien transita por la avenida de la Pecuaria. Lo que más se ve, vaya, aunque antes se colisiona con la nave tecnológica de Thyssen, de indudable modernidad, con pasarela en el exterior a modo de escaparate. Nada que ver, por otro lado, con la rehabilitación de los antiguos silos del Intra, un ejemplo del buen hacer a partir de lo que ya existía.
Quiero decir con ello que los pastiches en Gijón abundan y la lista se agranda con dos nuevas incorporaciones, ambas bajo la consideración de equipamiento cultural. Uno, el cubo-cubierta del mosaico de Veranes, una construcción de zinc con ventanales, heredera del engendro oxidado de chapa que le precedió, que ni siquiera podría enorgullecer al señor que habitó la villa allá por el siglo cuarto. Y otro, el edificio-almacén del Pueblo de Asturias recién inaugurado, una cosa racionalista que acabó levantada en el entorno etnográfico pero que podría haber sido construida en cualquier otro lugar como centro de salud o escuela infantil. El destino, sin embargo, quiso que fuera distinto: un objeto no identificado en medio de la aldea.