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Ángel M. González

Viento de Nordeste

Con permiso del jardinero

En esta semana de transición hacia la ‘rentrée’, después de tanto ajetreo agosteño y tanta fiesta ocupando la agenda de los políticos, se produjeron varios hechos en esta ciudad, unos de mayor trascendencia y significado que otros, dignos de repaso a modo de miscelánea sin ninguna otra pretensión. El primero que me gustaría destacar es la apertura de la residencia de la Asociación Gijonesa de Caridad en Somió. Un centro para personas mayores sin recursos que constituye toda una expresión de solidaridad en una sociedad a veces terriblemente insolidaria con quienes sufren, aquí mismo, las penurias de una crisis injusta y desgarradora. La buena gente de la Cocina Económica, cuyo altruismo merece el mayor de los altares, cumple con la residencia la voluntad de aquel hombre, solitario y huraño, al que le gustaban las golondrinas quizás por ser aves de paso como cualquiera de nosotros, y que quiso que su fortuna tuviera un destino benéfico. «La caridad es un deber, la forma de hacerla un derecho», dejó escrito Concepción Arenal. Desconozco si la ausencia de autoridades, salvo la de la concejala Eva Illán, tiene que ver con lo que voy a decir, pero mas allá del debate caridad-solidaridad, de que la igualdad tiene que estar por encima de todo, de que la discriminación no tiene defensa alguna, don Evaristo Luis Bango quiso ejercer su generosidad con unas condiciones que quienes recibieron su herencia tienen ahora que respetar. En una columna de la residencia se ha colocado una placa de metacrilato que, de forma discreta, recuerda al benefactor. En Gijón se han dado calles a personas con bastantes menos méritos que el multimillonario de Jove.
Segundo tema, la autopista del mar. Más de dos años tardó Riva en tener todo el papeleo y ahora tiene que cubrir otra etapa tan complicada como la anterior, pero que depende ya más de su pericia empresarial: comprar el barco adecuado y desplegar la acción comercial para reanudar una línea que no tenía que haber desaparecido. Tiene otro año por delante para que el ‘Villa de Gijón’ ponga rumbo a Saint Nazaire si no se producen más cacicadas en favor de intereses ajenos a los nuestros.
Tercer asunto, las ayudas a los vecinos de Francisco Eiriz, en Jove, para pagar la sobrefiscalidad de las subvenciones que recibieron por el arreglo de las fachadas. Es decir, ayudas sobre ayudas con escaso acierto, que podrían resultar ilegales a tenor del dictamen jurídico. Por lo tanto, la alternativa es que los vecinos reclamen al Ayuntamiento si quieren cobrar una indemnización. Conclusión: Estamos ante un desatino monumental. Lo peor que le puede pasar a un munícipe es ofrecer soluciones sin asesorarse antes de que las puede llevar a cabo.
Y cuarto. Es una pena la invasión que la próxima semana sufrirá el parque de Isabel la Católica, la segunda en poco tiempo. Si las nutrias se comían a los patos, las casetas devoran el espacio. Ahora bien, más lástima me produce la amenaza del edil de turno con una sobrexplotación del parque a partir de ahora como multinacional en el Amazonas. Aunque sea con permiso del jardinero.

Sobre el autor

Periodista del diario EL COMERCIO desde 1990. Fui redactor de Economía, jefe de área de Actualidad, subdirector y jefe de Información durante doce años y desde febrero de 2016, director adjunto del periódico.


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