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Ángel M. González

Viento de Nordeste

Queridos campeones

Han pasado casi veinte años desde que recorriera por primera vez las instalaciones de APTA en la carretera Piles-Infanzón para conocer de primera mano la tarea del centro especial de empleo. De aquella, más de trescientas personas, muchas de ellas jóvenes con discapacidad intelectual, mostraban su enorme valía con orgullo y satisfacción por el trabajo bien hecho ante las máquinas y las mesas de labor fabricando prendas o cableados para Suzuki, cuando la multinacional japonesa aún confiaba en Gijón y en sus oportunidades. APTA ya había roto todos los estereotipos. Llevaba más de dos décadas desarrollando la encomiable integración sociolaboral de los chavales y esa experiencia estaba totalmente volcada en aquel centro. Mi impresión, después de esa primera visita, era que con más iniciativas como aquella se podrían construir el mejor de los mundos.
Ha pasado el tiempo y APTA sigue estando ahí, con la misma ilusión que tenían los primeros padres que en 1979 impulsaron en el Sanatorio Marítimo la creación de un pequeño taller para la ocupación de los alumnos que finalizaban la educación especial. Con esfuerzo y empeño el centro fue creciendo, cada vez se fue empleando a más trabajadores, sus productos fueron ganando en calidad y reconocimientos y APTA se convirtió en una firma distinguida porque hacía normal lo que en algún momento había sido un sueño.
Llega la crisis con sus mortales zarpazos y APTA no se libra de las embestidas, como miles de empresas en este país, autónomos y asalariados. En los años negros de la recesión se ve obligada a prescindir de gente porque los pedidos caen, el dinero no llega, los socios que habían entrado acaban abandonando y la situación financiera se deteriora. El resultado, el centro de empleo acaba prácticamente reducido a la mitad y el proyecto social empieza a correr peligro.
Hace unos días se puso en marcha una campaña de recogida de firmas en una plataforma digital con el título «Salvar APTA, apoyo a la discapacidad» para reclamar el respaldo de las administraciones al centro especial de empleo y, sobre todo, llamar la atención al Principado por el pago de las subvenciones. Los representantes de la asociación de padres y tutores y los responsables de la institución piden que la consejería correspondiente desembolse las ayudas comprometidas, cuyo retraso comienza a ser insoportable, y aumente sus aportaciones para evitar más ajustes de empleo. De lo contrario, el centro estaría abocado al cierre por la imposibilidad de ser viable sin el suficiente sostenimiento público.
Hasta ahora, en la administración regional se han hecho los orejas, aunque palabras de ánimo siempre se encuentran cuando los responsables con competencias elogian, haciendo uso de todo tipo de adjetivos, la magnífica labor que desempeña la institución gijonesa en favor de la integración. Los políticos son muy dados a prometer el oro y el moro, destacando la función de los centros especiales para frenar los estigmas y prejuicios que dificultan la inserción laboral de los discapacitados. Después ya vendrá paco con las rebajas. Cuando están en campaña hacen cola para sacarse la foto rodeados de chavales, a la vez que elevan el tono del mensaje a la caza de votos. Y al final de la visita, se despiden con palmaditas en la espalda diciendo aquello de «a seguir así, campeones».

Sobre el autor

Periodista del diario EL COMERCIO desde 1990. Fui redactor de Economía, jefe de área de Actualidad, subdirector y jefe de Información durante doce años y desde febrero de 2016, director adjunto del periódico.


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