Ana González preside la estrenada Corporación con la vista puesta agudamente más allá de los cuatro años que le quedan por delante y una mirada ‘vintage’ cuando lo hace hacia atrás. La alcaldesa socialista promueve la transformación de la ciudad a partir del renacimiento de la política emprendida en Gijón desde el inicio de la democracia por sus antecesores de partido, quebrada por los dos mandatos de Carmen Moriyón. El cambio que propugna la nueva primera dama local presumo que no será difícil de emprender. Tampoco el decorado se ha transformado tanto en estos ocho años hasta darlo por desconocido. El drama en ese tiempo lo tuvo la izquierda, incapaz de hacer valer la suma por el ‘movimiento anticasta’ surgido después del 15-M.
Este sábado, por el contrario, se ha abierto una etapa distinta, basada en una invitación con la mano tendida a recobrar los valores que aseguran perdió Gijón en las elecciones de 2011. PSOE e IU ya tienen sellada su declaración de amor. Hace bien la lideresa socialista en rescatar a la coalición para la causa. Aporta sosiego y experiencia. Y no parece tedioso que, finalmente, consiga un ‘ménage à trois’ con los adjetivos de la ciudad sobre la que plantea avanzar: progresista, abierta, solidaria, inclusiva, equilibrada, dinámica, participativa y feminista. En el pleno de la investidura hubo quienes desde los escaños de la oposición defendieron también algunos de esos calificativos para seguir construyendo el futuro del municipio. La diferenciación se encuentra en el camino que se tome para conseguirlo. La ruta ideológica.
En sus conversaciones previas, PSOE e IU confluyeron en la necesidad de desarrollar un ‘modelo compartido’ para gestionar el Ayuntamiento desde la comunión de sus programas. El proceso lleva el respaldo unánime de la militancia de Izquierda Unida, por lo que se vislumbra un final con enlace: bastón para la alcaldesa, bastonín para Aurelio Martín.
De esos contactos trascendieron, además de la voluntad de entendimiento, un buen número de tareas que desean acometer conjuntamente. Algunas derivadas del consenso logrado en asuntos trascendentales como el plan de vías o el plan urbanístico y otras de los compromisos adquiridos por la Corporación saliente o de problemas tan acuciantes como el medio ambiente. El resto se completa con las reformas que entienden necesarias para aplicar esa visión radicalmente distinta de lo que se ha venido haciendo en los servicios sociales, en la cultura, en la educación, en el funcionamiento administrativo, en la movilidad o en los barrios.
Pero de puertas hacia afuera apenas se ha tocado el capítulo de la obtención de recursos para llevar adelante la conversión que se pretende. Es decir, cómo va a afectar todo ello al bolsillo de los gijoneses. En ese sentido, recuerdo lo que recogía el programa electoral con el que se presentó como candidata la primera edil local. La promesa era, en resumen, mantener una presión fiscal moderada, similar a la media o por debajo de ciudades del tamaño de Gijón, revisar las ordenanzas para que paguen quienes más tienen, incentivar a aquellos que hagan un comportamiento medioambiental responsable y abaratar el precio de los servicios municipales fundamentales, entre ellos el transporte público. A partir de hoy empezaremos a saber cómo se cuadra el debe y el haber en la Casa Consistorial conforme se vaya expresando la cohabitación.