Mieres ha cobrado ventaja para ser colmada con el grado de Deportes. El camino ahora no puede estar más expédito para que la Universidad proponga tal emplazamiento con los argumentos que ha venido defendiendo el rector desde el primer momento que se puso sobre la mesa la idea de ofrecer esta titulación: se da contenido a un campus absolutamente infrautilizado, de espacios vacíos, instalaciones deportivas en bajo uso y una residencia de estudiantes sin apenas ocupación. El proyecto contribuiría a que el polo universitario de la cuenca del Nalón, creado con los fondos mineros por una cacicada, ganara atractivo para la captación de alumnos. Si el lugar no seduce, al menos que lo haga su contenido porque, de lo contrario, tarde o temprano, Barredo estaría condenado al desmantelamiento.
La alternativa de Gijón, que en realidad fue la primera ciudad en plantear la creación de esta carrera en tiempos ya remotos, ha perdido fuelle dentro y fuera de quienes tienen capacidad para influir en la decisión. La estrategia de Santiago García Granda de dejar pasar los meses antes de someterlo al fallo final parece que ha funcionado. No ha logrado frenar el debate, pero sí ha conseguido despejar la opción mierense gracias al cambio de actores en la Facultad de Ciencias de la Educación, en el Principado y en el Ayuntamiento gijonés. El nuevo gobierno local no ha renunciado a la instauración de los estudios en el municipio, pero sí ha dejado claro que el proyecto era de la anterior Corporación, con todas sus fortalezas y también con sus debilidades, algunas de las cuales fueron subrayadas en público desde la propia autoridad universitaria: Un coste demasiado elevado para convertirse en inquilino de una infraestructura ajena a la institución. ¿Hay alguién en el recién estrenado Ejecutivo regional que pueda avalar la implantación de un grado que resulta diez veces más caro por su ubicación? Si el informe económico que maneja el rector es atinado, se tendría que someter la propuesta gijonesa de forma inmediata a una revisión. Si no lo es, habría que censurar al magnífico señor García Granda por semejante ligereza.
En tanto se fragua el veredicto, el Ayuntamiento plantea ahora la creación de un grado completamente distinto a aquella antigua aspiración, pero con tantas posibilidades como las que puede ofrecer la carrera sobre la actividad física. La puesta en marcha de una facultad de Bellas Artes en la Universidad Laboral vinculada a la innovación, a las nuevas tecnologías y al mundo audiovisual aprovechando la riqueza que emana del campus y de la milla del conocimiento es una idea digna de concitar el mayor de los consensos.
La alcaldesa Ana González, que llevaba la intención en su programa electoral aunque sin una mención expresa a la titulación, se ha comprometido a preparar un proyecto serio, riguroso y bien armado, para defenderlo ante la administración académica. Ahora bien, como ha ocurrido con Mieres y como siempre sucede en esta región, afloran las rencillas localistas, no exentas de complejos, ante un planteamiento que no pretende quitar nada a nadie sino aportar valor a la oferta universitaria. No se puede sostener que Gijón entra en competencia con otros municipios candidatos a la obtención del grado entre otras razones porque ninguno de ellos, ni Avilés ni Oviedo, han lanzado una propuesta similar, en conexión con el ecosistema educativo, cultural e investigador que se desarrolla en Cabueñes.
La primera edil no plantea Bellas Artes como moneda de cambio por la licenciatura de Deporte. Resulta pobre y decepcionante la lectura de que el Ayuntamiento busca con ello un premio de consolación. Si fuera así sería un craso error. La ciudad está en condiciones de acoger ambas ofertas para enriquecer el catálogo de estudios de una universidad que necesita competir con las mejores del país. De eso se trata y eso es a lo que, finalmente, tendrá que responder la decisión.