El Gobierno tiene un problema mayúsculo. Cada día que pasa, por cada decisión que toma, resta credibilidad y suma desconfianza. La gestión que está realizando de la crisis del coronavirus, desde sus inicios, está llena de agujeros. Sin anticipación, con improvisaciones, contradicciones, desmentidos y una comunicación nefasta que no ha hecho más que incrementar la incertidumbre en la población cuando lo que se le exige ante la mayor emergencia sanitaria en cien años es seguridad y eficacia. No hubo prácticamente medida administrativa, económica, social ni de salud que no viniera acompañada de falta de claridad y discordancia. Esta última semana hemos asistido al colmo del absurdo con la salida de los niños por parte de un Ejecutivo que justifica su corrección porque «escucha», pero no explica a quién, si a los expertos o al populismo.
La enseñanza también está siendo víctima de esos desatinos gubernamentales. El cierre de los centros universitarios, institutos y colegios ha quebrado la sistematización en la que se desenvuelve la actividad académica, generando un caos durante la cuarentena que aún no ha sido resuelto por las autoridades correspondientes.
El pasado miércoles, los estudiantes de la Universidad asturiana expresaron su hartazgo en una protesta sin precedentes que trascendió el ámbito regional ante la indefinición sobre el sistema de evaluación cuando ya se encuentran a apenas quince días del comienzo de los exámenes. Docentes, familias y alumnos de primaria, secundaria y, sobre todo, del bachillerato sufren con ansiedad el desconcierto en la educación desde que tuvieron que quedarse en casa por el estado de alarma. En ambos casos, durante mes y medio de encierro, los responsables institucionales no fueron capaces de clarificar la ruta que se debería de tomar para concluir el curso. En todo este tiempo lo único que se puso de manifiesto fue la incapacidad para liderar un proceso que por su complejidad necesitaba luz y determinación. El debate al que hemos asistido estos días sobre si las pruebas tenían que ser presenciales o no, si la evaluación continua contaba o no contaba o acerca de los contenidos de las pruebas de la EBAU resultaba, a estas alturas, bochornoso. Al igual que la indefinición de los calendarios para los exámenes. O que, por esa carencia de rumbo, existan comunidades autónomas que decidan aplicar sus propios planes, proponiendo incluso la apertura de aulas para quienes van a cambiar de ciclo. Ahora bien, en Asturias tendríamos que rehuir de la repetición como papagallos de las incoherencias de Madrid y exigir claridad y orden.
A ese mar de dudas ha contribuido sobremanera la carencia que la crisis que padecemos puso de manifiesto en la ‘avanzada’ sociedad española. La brecha digital se ha convertido en el mayor exponente de desigualdad en el mundo de la enseñanza. El uso de las tecnologías en las aulas tuvo que pasar en veinticuatro horas de ser una herramienta complementaria a instrumento imprescindible para poder continuar el curso, dejando al descubierto la debilidad del sistema. Un campus virtual que se satura, plataformas deficientes, escasez de medios, dificultades de conexión, falta de destreza, desconocimiento sobre las aplicaciones, etcétera. Al caos organizativo se sumó también el caos tecnológico. El confinamiento ha generado en la comunidad educativa un cisma entre conectados y desconectados, donde las diferencias se agrandan en virtud del acceso al universo digital, muy coincidente con el nivel socioeconómico. El informe de la Fundación Cotec sobre el impacto de la crisis del COVID-19 en la educación no puede ser más demoledor para quienes tienen la responsabilidad de evitar que se produzca esa disparidad. Asturias se sitúa a la cola de las regiones en cuanto a la disponibilidad por parte del alumnado de la enseñanza online. Por lo tanto, como el deber es garantizar la igualdad de oportunidades, no hay más remedio que dedicar todos los recursos que sean necesarios en formación y material para que el próximo curso, en septiembre, no tengamos que hablar de que lo virtual sigue siendo un problema.