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Ángel M. González

Viento de Nordeste

La provisionalidad del Muro

El concepto de provisionalidad en Gijón no responde al significado que recoge el diccionario de la Real Academia Española. Todo aquello que se hace en esta ciudad bajo esa circunstancia acaba consolidándose con el transcurso del tiempo, aún a pesar de que pueda llegar a suscitar incomodidad, que es la conclusión que la propia RAE apunta en la segunda acepción. Las medidas para regular la movilidad durante la pandemia llevan la provisionalidad impregnada, por boca de la alcaldesa Ana González y del concejal Aurelio Martín, que no quiere decir que se vayan a retirar una vez salvada la crisis, sino que sirven de molde para adoptar luego la forma definitiva. Es decir, difícilmente tienen vuelta a atrás salvo alguna corrección en la talla.
En el caso del Muro, la situación de provisionalidad arrancó en 2004 con la puesta en marcha del plan especial. Ya entonces tendría que haber surgido un proyecto para la remodelación total del paseo después de un intenso debate acerca la necesidad de acometer una reforma integral. Al final, el cambio se centró solo en la intervención sobre las fachadas de los edificios con un resultado cuya valoración sigue acarreando todo tipo de impresiones, aplazando sine die la actuación en la avenida. Realmente fue una oportunidad perdida.
El Muro que hoy conocemos, por lo tanto, es el mismo que llevamos disfrutando desde 1992, cuando la Corporación presidida por Vicente Álvarez Areces amplió la zona peatonal, plantó los tamarindos y recuperó la balaustrada, a la vez que cambiaba radicalmente la imagen del Náutico y reformaba el Campo Valdés. Desde entonces, las actuaciones en el bulevar más preciado de la villa, junto al adecentamiento exterior de las casas, se resumen prácticamente en dos: la rehabilitación de La Escalerona con Paz Felgueroso de alcaldesa y el carril bici en el segundo mandato de Carmen Moriyón. Un carril bici tan chapucero como lo que se está haciendo esos días, que también se concebía como solución temporal para impedir la mezcla peligrosa de ciclistas y andantes compartiendo vía.
La primera edil forista se sacó luego de la manga un boceto encargado al arquitecto Jovino Martínez Sierra para remodelar entero el Muro como promesa electoral, que ha sido la última idea que los gijoneses tenemos esbozada en papel de las que se fueron proponiendo en los últimos veinte años. El diseño resolvía el tránsito de coches con el soterramiento desde la glorieta del Piles hasta la calle Eladio Carreño y destinaba toda la superficie a la movilidad verde, al peatón y a los negocios con una singular ‘pergolona’ de un kilómetro. Una obra faraónica que ahora sería irrealizable por su altísimo coste, cifrado entonces en más de 40 millones de euros.
No hace falta ir tan lejos para darle otro aire a la zona, ordenarla, ganar espacio para los paseantes y lograr que adquiera mayor atractivo comercial, incluso en invierno. El propio plan especial favorece esa reconversión sin tener que vulnerarlo, aunque sea de manera coyuntural como ahora. Otra cuestión distinta es que el objetivo sea la eliminación absoluta del tráfico de vehículos en la avenida. Si es así, el Ayuntamiento no ha desvelado aún sus cartas, quizás porque no sepa tampoco lo que realmente quiere hacer. De ahí tanto ensayo o tanta provocación, como se le quiera llamar, en busca de la reacción.
Los cortes parciales, las rayas, el rebaje de aceras, las obras en agosto, los atascos, las infrautilizaciones o el supuesto incumplimiento normativo son buen alimento para una entretenida discusión. Pero el debate de fondo, pendiente de suscitar, es qué queremos de verdad que sea el Muro, cómo lo vamos a transformar. Una vez implantado el estado circunstancial en Rufo Rendueles, el gobierno municipal está en la obligación de presentar su propuesta de reforma cuanto antes para intentar alcanzar un consenso. De lo contrario, mucho me temo de que la prolongación de lo transitorio le puede pasar factura.

Nota: Da la impresión de que la alcaldesa se ha precipitado al anunciar la retirada del nombre de Juan Carlos I a la avenida de Moreda. Sorprende semejante rapidez cuando el partido al que representa ha optado por la prudencia en tanto que el Rey emérito ni siquiera ha pisado el juzgado. Y sorprende también cuando en otros lugares las iniciativas para suprimir los honores salieron de formaciones independentistas y antimonárquicas. Dice el refrán que la prisa es mala consejera. Más aún cuando con ella se corre el peligro de dar alas a la demagogia.

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Sobre el autor

Periodista del diario EL COMERCIO desde 1990. Fui redactor de Economía, jefe de área de Actualidad, subdirector y jefe de Información durante doce años y desde febrero de 2016, director adjunto del periódico.


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